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Cosa de locos

Un juez prohíbe continuación de una obra célebre.

Redacción El Tiempo
"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles", comienza por decir Holden Caulfield en la primera página de 'El guardián entre el centeno', la célebre novela del escritor norteamericano J.D. Salinger, "lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield. Pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada".
De manera que, para evitarse problemas, Holden se decide a contar "una cosa de locos" que le pasó durante "las navidades pasadas", antes de que lo tuvieran que enviar a un lugar que bien podría ser un centro psiquiátrico o un lugar de reposo, y del cual el lector tiene la sospecha que jamás saldrá, de no ser porque casi al final del libro, es decir, 275 páginas después, el mismo Holden confiese: "Podría decirles lo que pasó cuando volví a casa y cuando me puse enfermo y a qué colegio voy a ir el próximo año cuando salga de aquí, pero no tengo ganas. De verdad. En este momento no me importa nada de eso".
Eso es todo. O, por lo menos, eso parecía que era todo, ya que al que sí le importó contar lo que le pasó a Holden Caulfield fue al escritor sueco Frederick Colting en su novela '60 years later, coming through the rye', que se lanzó recientemente en el mercado británico. La trama de esta 'segunda parte' no autorizada de 'El guardián...' a grandes rasgos es la siguiente: 60 años después, un Caulfield achacoso y encanecido despierta en la cama de un hogar geriátrico sin saber que su padre literario, es decir Salinger, planea acabar con su vida desde las teclas letales de su máquina de escribir.
"Voy a hacer un borrón y cuenta nueva y terminaré lo que he comenzado. Esa es la ironía en todo esto. Trabajé muy duro para que me dejara en paz y ahora soy el único que puede traerlo de regreso para matarlo".* La noticia que le ha dado la vuelta al mundo, sin embargo, no ha girado alrededor de este descabellado y un tanto fútil intento de asesinato, sino del fallo judicial que se dio a conocer recientemente en el que se prohíbe de manera indefinidida la venta o distribución de la novela de Colting en EE.UU. Después de analizar las pruebas suministradas por los abogados de ambas partes, la jueza encargada de llevar el caso falló finalmente a favor de Salinger al considerar que la novela de Colting violaba sus derechos de autor, de lo que se desprende que quienquiera que publique o venda esta 'segunda parte' no autorizada de 'El guardián' en territorio estadounidense estaría cometiendo hoy un delito federal.
Gracias a una amiga que vive en Londres, hace unos días recibí por correo el libro en cuestión. La novela, en efecto, comienza 60 años después en una suerte de ancianato. Holden habla como Holden, lo que más que un acierto es una obligación. Sin embargo, tras leer las primeras páginas de esta 'segunda parte' la impresión que se tiene es que Caulfield no es el mismo de antes, que algo ha cambiado, que existe una impostura.  Y no es porque el tiempo se encargue de ablandar a veces el carácter o porque la vejez desmorone los bríos de la juventud.
El asunto es que el Holden de la novela de Colting es un remedo de Holden. O, mejor, una silueta que repite a destiempo lo que el Holden original hubiera hecho de haber llegado a la edad que Colting le da en su novela: 76 años. Entonces, todo suena reforzado, puesto adrede, calculado. Y uno no tiene más remedio que acordarse de la frase de cajón que dice que las segundas partes nunca fueron buenas.
Para los abogados de Salinger, la novela de Colting no es más que "una secuencia plana y simple de la vida de Holden Caulfield", con el agravante de usar el mismo tono de Salinger en el 94 por ciento de la novela. Para Colting, por el contrario, es una "exploración crítica de la relación entre Salinger y su personaje".
Lo que, puestos a ver, después de saber lo que le pasa al viejo Holden, sí que es "una cosa de locos".
* Traducción a cargo del autor de la nota
Por: Mauricio Becerra
Washington
Redacción El Tiempo
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