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La manipulación de la historia

Simplificar o formular comparaciones inexactas es un error que nuestros países deben evitar para prevenir que falsos profetas, abusando de nuestros ancestros, impidan edificar un mejor futuro.

La historia es una de las herramientas más utilizadas por los políticos para legitimar sus puntos de vista, y muchas veces para justificar su comportamiento. Debido a esto, es normal apreciar cómo la historia es constantemente abusada, alterada y tergiversada con el objetivo de distorsionar la realidad en procura de los intereses electorales de nuestros dirigentes.
Esta tendencia no es exclusiva de Latinoamérica y suele presentarse en los países desarrollados, aunque valga decir, que sólo aquellas naciones que se han esforzado en formar verdaderos historiadores e investigar con imparcialidad su pasado, han aminorado los peligrosos efectos de esta situación. La famosa investigadora canadiense Margaret MacMillan en su último libro Juegos peligrosos (Dangerous games), hace un valioso análisis sobre los usos y abusos de la historia que merece ser examinado para apreciar los errores en los cuales se puede incurrir al caer en las adecuaciones amañadas de la herencia ancestral.
Si bien la autora expone que la historia debe ser utilizada por la sociedad y sus líderes para entender la evolución social y no para predeterminar el futuro, es bastante usual que el pasado sea manipulado con el propósito de fraguar guerras, perseguir grupos étnicos, políticos y religiosos o simplemente para alimentar luchas de clases, producir alteraciones institucionales o vender una visión parcializada del acontecer. Bajo esta premisa abundan los líderes políticos que a diario se comparan con figuras del pasado para adquirir estatura frente a sus seguidores. Ejemplos como los de Stalin al asemejarse con Pedro el Grande, Saddam Hussein al considerarse la encarnación de Saladín, o Mao Zedong al igualarse con los fundadores de China, hacen parte de la larga lista de manipulaciones con las cuales se han configurado los más aborrecibles casos de totalitarismo.
En la actualidad muchos países en desarrollo se exponen a caer en estas equivocaciones una vez más. Constantemente se tiende a invocar la figura de los héroes patrios para alimentar diferencias o sencillamente para auspiciar retóricas confrontacionales. En América Latina por ejemplo, se ha hecho tradicional desacreditar el sistema interamericano con la bandera 'antiimperialista' o descalificar a aquellos Estados que tienen una diplomacia activa y cooperante con Estados Unidos, formulando comparaciones imprecisas con la era de la Guerra Fría.
Según MacMillan, uno de los retos más importantes que tienen los países para evitar la manipulación de la historia radica en poder examinar el pasado con imparcialidad desde todos los puntos de vista. Esto implica formar historiadores profesionales, juzgar nuestros héroes y dirigentes sin apegos emocionales, promover investigaciones profundas sobre las tradiciones económicas, políticas y sociales, mejorar la calidad de los currículos de ciencias sociales en primaria y secundaria, estar dispuestos a apreciar los errores con sentido crítico y evitar el determinismo del futuro a partir del pasado.
De cara al bicentenario de muchos países latinoamericanos, será muy valioso que se pueda estudiar la evolución de los pueblos con rigor, valiéndose de políticas de archivos y documentos que permitan analizar fuentes directas sin estar sujetas a las ediciones sesgadas de unos pocos. Dejar en manos de los políticos la interpretación del pasado es un juego peligroso, cuyos resultados han sido desastrosos. Simplificar o formular comparaciones inexactas es un error que nuestros países deben eludir para prevenir que falsos profetas, abusando de nuestros ancestros, impidan edificar un mejor futuro.
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