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Angustias metafísicas

Rara vez había escuchado una explicación tan aguda y llena de humor a propósito de nuestros famosos culebrones, las telenovelas; tan tremendistas y cursis como las zarzuelas y la propia Biblia, decía. ¿Quién? Daniel Samper, por supuesto. Al salir, en Madrid, del foro donde él intervino, me anunció que en su columna del domingo haría sobre mí una cariñosa mención. Y así fue. Daniel piensa y dice con cariño que quienes ponemos en duda la imparcialidad de la Fiscalía o de la Corte nos ocupamos de hacer sólo exploraciones psicológicas en vez de rebatir argumentos jurídicos. Angustias metafísicas, dice.
Pues bien, para no desmentirlo, quisiera exponerles no sólo a él sino a mis colegas y amigos Roberto (Pombo), Alejandro (Santos), Rodrigo (Pardo) y María Elvira (Samper) la sospecha íntima y de pronto desquiciada de que en el campo informativo los órganos de prensa que dirigen no son imparciales.
A ese respecto, podría dar muchos ejemplos, pero hoy me limito sólo a uno. No recogieron las valerosas y graves revelaciones que hizo a Fernando Londoño, en su Radio Super, el ex guerrillero 'Olivo Saldaña'. Con nombres propios, habló de parientas de guerrilleros que ocupan cargos en la Fiscalía y de encuentros y pactos con las Farc de un gobernador y varios personajes políticos bien conocidos por su beligerante perfil de izquierda. De esas alianzas, 'Saldaña' fue testigo directo. Dio fechas y lugares. Pero todo ello quedó sin eco en la prensa escrita.
En cambio, si las revelaciones hubiesen provenido de un paramilitar a propósito de senadores cercanos al Gobierno, el estrépito habría sido grande. La verdad es que no hay equilibrio informativo entre las denuncias relacionadas con la 'parapolítica' y las de la ''farcpolítica'. Las primeras se encienden como fogonazos en las carátulas de las revistas. Las segundas, no; más bien son dejadas de lado, envueltas en un silencio cauteloso o indiferente. ¿Por qué?
Es algo difícil de entender. Para mí, Daniel Samper y los colegas atrás mencionados son muy buenos periodistas, pulcros y muy seguros de adelantar en sus respectivos medios informativos operaciones de salubridad pública. Y es cierto que en el campo de las páginas de opinión les abren espacio a las posiciones más diversas. (La prueba es esta misma columna.)
En mi concepto, el problema se sitúa en el campo de la información. Como no se trata, estoy seguro, de una parcialidad deliberada, sino más bien inconsciente, tengo que darle gusto a Daniel convirtiéndome, como él lo teme, en una especie de psicoanalista para explicar tal desequilibrio en la valoración de denuncias y noticias.
Pues bien, tengo una sospecha. Subsiste en ellos y en muchos colegas míos un rezago del sarampión ideológico que padecimos en la juventud, el mismo que nos hacía sentir rebeldes en un país conformista, el que nos alejaba de las corbatas y nos acercaba a la izquierda como quien es atraído por una muchacha bonita. Es muy probable, por ello, que quienes defendemos a los militares injustamente acusados apoyamos a Uribe, no creemos en el diálogo ni en la santidad del Polo Democrático o la de Colombianos por la Paz, seamos vistos compasivamente como exponentes de una obstinada derecha. Ideas de viejos o de godos, deben pensar. Pero los entiendo, qué caray. También yo pasé por ahí. Quizás fui aún más lejos. Cuando era dirigente de las Juventudes del MRL envié a Cuba, para adoctrinarlos, a más de cuarenta muchachos. Y varios de ellos, al regresar, crearon el Eln.
¡Mea culpa!, sí. Tardé muchos años en darle razón a ese gran viejo que fue Enrique Santos Castillo. También él padecía, como yo ahora, las angustias metafísicas de que habla Daniel.
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