Ciega como anda por cuenta de su dedicación exclusiva al frente de la 'parapolítica, la oposición pierde una tras otra las oportunidades que se le presentan de criticar decisiones equivocadas que adopta el gobierno de Álvaro Uribe en otros campos. Las revelaciones del escándalo político-mafioso ya batieron todos los estándares de lo nauseabundo y, aun así, tres cuartas partes de los colombianos siguen firmes en su respaldo al Presidente. Por mucho que los antiuribistas lo intenten, no han convencido al grueso de los colombianos de que Uribe está mezclado personalmente en esa olla podrida de corrupción y masacres.
La decisión de elevar aranceles a ciertas importaciones, o de fijar precios indicativos mínimos para determinados productos, con la excusa de proteger el empleo en algunos sectores de la industria manufacturera, es un ejemplo de equivocadísima política que la oposición le deja pasar sin cobrárselo. El caso más dramático se da en el área de las confecciones. En un conversatorio en Medellín con industriales de la ropa y el calzado, unas cuantas voces le dicen que sus empresas no pueden competir con importaciones de Oriente, que son definitivamente más baratas, no solo porque esos productores de China e India producen a menores costos, sino porque la revaluación del peso hace que los bienes importados salgan más económicos. Agregan que, por esa razón, se están viendo obligados a despedir personal.
Sin mayores verificaciones, Uribe les toma la palabra y dicta medidas proteccionistas para esos sectores de la producción. Nada se sabe sobre los efectos de las decisiones en el campo del empleo. De hecho, las medidas generan utilidades a los empresarios involucrados, pero el desempleo aumenta. Para colmo de males, millones de consumidores terminan pagando el pato: unos pantalones para niño que conseguían por 30.000 pesos en el Éxito o en Carrefour, valen ahora 40.000 o más. Lo grave es que pasan varias semanas en que la tendencia del dólar cambia y se da una acelerada devaluación que lo lleva del rango de 1.750 pesos al de 2.150 y las medidas del Gobierno, que se justificaban en buena medida por la revaluación, se mantienen. Y claro, con la devaluación, el producto importado se encarece aún más, pues hacen falta más pesos para pagar los valores en dólares de las importaciones. Los perjudicados son millones de consumidores de los estratos medios y medios-bajos, que eran los beneficiarios de los pantalones baratos, y gana más plata el puñado de industriales que tuvo ocasión de hablar con Uribe.
Es enormemente grave que el Presidente esté cediendo a las presiones proteccionistas de unos pocos industriales. Sorprende que ni el Ministro de Hacienda ni el de Comercio Exterior e Industria se lo hagan ver. El primero dice estar preocupado por la inflación, pero no repara en que esas medidas estimulan la inflación. El segundo dice defender el libre comercio para que los consumidores tengan acceso a más opciones más baratas, pero no se opone a medidas que lo desalientan. El proteccionismo que está rebrotando nunca le trajo al país crecimiento ni empleo.
Mientras tanto, en la vida diaria, hay otras consecuencias graves. Como ya no consiguen los pantalones baratos en el comercio legal, los consumidores vuelan a los sanandresitos, a los huecos y a los 'agáchates' callejeros, cuyo surtido aumenta siempre cuando las medidas proteccionistas disparan el contrabando. Ese comercio informal, que sirve para lavar dólares de la mafia y que no paga impuestos, es el gran beneficiado y, a la larga, golpea el empleo, ya no solo de la industria local, sino también del comercio legal. Típico caso en que el remedio resulta peor que la enfermedad. Los pantalones suben de precio y el desempleo crece. ¡Qué desastre!