Nada más, ni nada menos que brindar la oportunidad de acceso al conocimiento, de manera especial, a los estudiantes con recursos limitados, y al país con la investigación.
Tampoco debe olvidarse cómo las universidades públicas son en general, quienes ofrecen la educación superior de más alta calidad, por lo menos en Colombia y Sur América.
Ilustra la afirmación la web (www.webometrics.info/) donde acaba de aparecer la clasificación que con frecuencia hacen entidades especializadas en este tipo de estudios, sobre las mejores universidades del mundo y de las regiones y continentes.
Entre las diez primeras universidades latinoamericanas, figuran dos mexicanas, la UNAM y el Tecnológico de Monterrey, seis Brasileñas, una Argentina y una Chilena. De estas, solo el Tecnológico de Monterrey es privada.
Entre las colombianas, la primera clasificada es la Universidad Nacional en el puesto 23, la de Antioquia en el 27, Los Andes en el 28, la del Valle en el 32 y la Javeriana en el 39.
Eafit también alcanza a figurar dentro de las cien primeras de América Latina.
Debe ser la calidad académica el factor a relievar en la universidad pública, y más bien coadyuvar la lucha permanente para obtener los recursos necesarios, a través de los cuales pueda incrementar y mejorar en forma continua la educación y formación de los futuros líderes del país.
El único medio real para vencer la pobreza y el desequilibrio social es la educación.
Ahora bien, esto no significa que la universidad pública, en uso de la libertad de expresión y de cátedra, del libre pensamiento y la autonomía establecida en la Carta, se convierta en un estadio de anarquía, de subversión o de reclutamiento de grupos extremistas y terroristas.
Se han denunciado por estos días casos de encapuchados arengando a estudiantes de las Universidades de Antioquia y Distrital de Bogotá.
Conozco muy bien a esta última, como que fui decano de Ingeniería y mucho tiempo profesor allí, lo que me permite afirmar y defender a la gran mayoría de estudiantes, víctimas de unos pocos infiltrados y ajenos a la Universidad, que no dan la cara para debatir ideas, cercenando así el derecho de los demás a confrontarlos sin temor alguno.
Las capuchas siempre han sido sinónimo de clandestinidad y violencia.
Es bueno recordar cómo la mayoría de los " revolucionarios" de ayer en las universidades públicas, argumentaban y defendían sus principios de frente y sin capuchas, así se les vea hoy convertidos en prósperos capitalistas o empleados en altos cargos del gobierno y la diplomacia, participando del sistema que tanto combatieron.
Y claro que es responsabilidad de los directivos de las universidades permitir actos intimidatorios como los que significan los liderados por encapuchados, cualquiera sea el origen de donde provengan.
Bienvenidos todos los debates abiertos y la libertad de realizarlos con plenas garantías. Eso enriquece y hace parte de la esencia de la Universidad.
Por Germán Vargas Morales
Ingeniero Industrial M.Sc. y Abogado.
Opinión / En defensa de la universidad pública
No es bueno ni justo estigmatizar a la universidad pública, por hechos aislados cuya trascendencia jamás supera la misión, la importancia y la noble tarea que viene desarrollando.
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