Los primeros cuerpos los encontraron obreros de Prodesa, la constructora encargada de la edificación, cuando movían una retroexcavadora. Cuentan que al principio, por la presencia paramilitar que también se sintió en Soacha, creyeron que se trataba de una fosa común. Sin embargo como en ese mismo barrio se han presentado algunos hallazgos arqueológicos aislados, la constructora dio aviso a la Universidad de los Andes y esta pidió licencia al Instituto de Antropología e Historia (Icanh) que avala cualquier excavación. En este caso era urgente, se trataba de arqueología de rescate. Un asentamiento completo Carl Lagenbaek, decano de la facultad de Ciencias Sociales de los Andes y Marcela Bernal, egresada de la misma universidad; así como Alejandra Betancourt antropóloga de la Nacional se encargaron de la investigación. Durante cuatro meses excavaron y encontraron los restos humanos de niños, adultos y mujeres, muchos de los cuales tenían muestras de operaciones craneanas y que corresponden a muiscas de hace 800 años. Los cuerpos estaban a profundidades de entre 30 centímetros hasta 1,20 metros. Hoy reposan en la Universidad de los Andes. "No es el primer cementerio en Soacha pero si tiene la muestra más grande. En términos de tamaño no tiene precedente con los que han aparecido en el altiplano cundiboyacense", explica Lagenbaek, quien asegura que son más los que se han encontrado en el sur de la ciudad porque los indígenas lo consideraban un territorio más sano. Además del cementerio, en el sitio conocido como Tibanica, encontraron una aldea en forma de anillo con 16 huellas de postes de viviendas. Los del centro tenían diámetros de 30 centímetros y los de los costados entre de 10 y 20 centímetros. Marcela Bernal asegura que la importancia del hallazgo es que la aldea está en un contexto tan claro que les permitirá obtener información completa sobre sus patologías, trepanaciones, rituales funerarios y áreas de sus viviendas. "Vemos que hay una zonificación en el cementerio, en algunas áreas hay más infantes enterrados y, en otras, existe la teoría de que los sepultaban dentro de las viviendas. También vemos que algunos tenían ajuares más especializados dentro de sus tumbas lo que nos hace pensar en una jerarquización social", explicó Bernal. Aún queda muy poco por excavar porque la Universidad espera la financiación del Banco de la República para continuar. Los costos de la primera fase los asumió la constructora. Sin embargo, la gran parte de los cuerpos se rescataron rápido para evitar guaquería y para que continuara la construcción de las viviendas. Y a pesar de las precauciones también la hubo. Una de las tumbas se encontró afuera del encerramiento de la construcción y la gente se llevó algunos huesos y tiestos. Ahora le corresponde a la Universidad un arduo trabajo de laboratorio que tardará unos dos años. Después cruzará información y entregará datos sobre los muiscas que habitaban esa aldea.
Habitantes del sector ayudaron en la excavación
María Nelly Valderrama, una quibsoseña desplazada que vive en Altos de Cazuca, había buscado trabajo en todas las obras de construcción posibles, ofreciéndose para lo que fuera.
Hasta que escuchó de un cupo en una urbanización de interés social que se levantaba en Soacha, muy cerca de su casa. ¿Para qué? no tenía idea, pero insistió en que le dieran el trabajo.
Minutos después la contrataron y la llevaron al campo donde trabajaría. No vio más que tumbas abiertas y hombres y mujeres limpiando huesos. No se asustó. "Aunque si me pareció impresionante", reconoce.
Valderrama resultó ser una de las más disciplinadas para recuperar restos. Lo que más le llamó la atención fueron las 'mucas', como llama ella a las vasijas que encontraban en cada tumba.
"Estaban bien decoraditas y tenían grabaditos, me gustó la delicadeza", dice la mujer que no tenía idea de quiénes eran los muiscas porque solo estudió hasta cuarto de primaria.
La morena, junto a otros 32 miembros de la comunidad, se dedicaban a identificar rasgos de humedad en la tierra, luego miraban una cuadrícula, escarbaban con palustres, medían, limpiaban huesos y hasta ayudaban a poner etiquetas.
"Aprendí de partes del cuerpo que no conocía y de los indios que vivieron ahí hace 800 años. Los arqueólogos nos explicaron todo eso", dice.
Bernal lo reconoce. "Algunos se volvieron unos técnicos en arqueología buenísimos, se emocionaban y lo hacían muy rápido, bromeaban con que esos eran sus abuelos".
CATALINA OQUENDO B.
Redactora de EL TIEMPO