El biólogo Fernando Trujillo, quien hizo el estudio con un equipo de profesionales de la Fundación Omacha que él lidera, dice que estos animales hoy en día son escasos, pese a que hace 20 años, cuando estaba recién graduado y comenzó a recorrer los ríos de Suramérica, eran tan comunes como los insectos o el calor en plena selva.
En ese entonces, afirma, bastaba subirse en un barco o incluso detenerse en cualquier orilla para verlos dando saltos o volteretas como si fueran protagonistas de un show circense. Ahora, en algunos caudales una jornada matinal que deje ver 15 o 20 es considerada afortunada.
Trujillo recorrió con su equipo cerca de 4 mil kilómetros de 12 ríos de Venezuela, Colombia, Ecuador, Brasil, Bolivia y Perú, incluido el Amazonas.
Dice que alcanzó a calcular la existencia de 10.880 delfines aproximadamente, entre grises y rosados, un número muchísimo menor del que podía haber en 1980, según sus cuentas. Además, pudo confirmar que su supervivencia está en peligro.
Las correrías comenzaron hace dos años y terminaron en agosto pasado en Bolivia. Según la información recolectada, la situación más grave la viven los caudales de Ecuador, como el Napo o el Lagarto. Allí solo se alcanzaron a ver 30 delfines en total, afectados por la extracción de petróleo, que a veces se derrama en las cuencas.
La especie también vive un vía crucis en el río Meta, en el oriente de Colombia, por la influencia de poblaciones como Puerto López. Allí hay sobrepesca y deforestación en las rondas del río y por eso ya no sobreviven más de 290.
Ese drama también se extiende al Orinoco venezolano, donde los animales mueren por intoxicación con mercurio presente en los peces de los cuales se alimentan. Esa sustancia es usada en la extracción de oro. En esta región hay 2.480 delfines.
La situación de la cuenca del Amazonas - en Perú,Colombia y Bolivia- no es tan grave en lo relacionado con la cantidad de ejemplares. Se pudieron contar 8.115. Sin embargo, en esta zona son descuartizados para usarlos como carnada en la captura de bagres carroñeros, un alimento que se vende en grandes supermercados. En esta zona solo hay estabilidad en los ríos Itenez e Ichilo-Mamoré, de Bolivia.
Este censo, que fue apoyado por la World Wildlife Fund (WWF) y Wildlife Conservation Society (WCS), no solo sirvió para conocer la estabilidad de la especie.
Con los delfines como excusa, también se obtuvo un diagnóstico del medio ambiente en estos sectores de los países andinos y se consolidó la capacitación de 250 familias para que aprendieran a cuidar las especies y reemplazaran la pesca por actividades productivas como las artesanías.
"En Asia estos animales ya se extinguieron de grandes ríos como el Ganges y el Yangtze. Toca seguir actuando porque podemos.
Ojos y aletas en ritos religiosos
El conteo de los delfines se hizo desde un barco que iba recorriendo los ríos en sentido vertical y que también hacia desplazamientos en zig-zag.
En la cubierta, los biólogos trataban de detectar los animales en jornadas de más de 12 horas, muchas de ellas bajo la lluvia.
Luego, con un modelo matemático, y con base en el número de avistamientos, se calculaba el número de ejemplares. Marcela Portocarrero, de la Fundación Omacha y directora científica de la expedición en Bolivia, afirmó que también hay problemas en Brasil, donde algunas partes de los delfines, como ojos y aletas, se usan en ritos religiosos.
Las travesías más largas se hicieron por Ecuador, con 505 kilómetros; por el río Meta, que requirió un viaje de 860 kilómetros, y en Bolivia, en donde se recorrieron 1.148.
JAVIER SILVA HERRERA
REDACTOR DE EL TIEMPO