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Edimburgo, la 'Atenas del Norte' con mil caras

La capital de Escocia brinda la oportunidad de apreciar aquitectura hermosa de todos los períodos y recorrer calles llenas de literatura.

Minutos antes de llegar, por las ventanas del tren que toma casi seis horas en viajar desde Londres, se ve cómo los rebaños de ovejas yacen junto al mar. Ver pastar a estos mamíferos a pocos metros de la playa, algo inconcebible en el trópico, es una buena forma de alistarse para afrontar la personalidad contradictoria de Edimburgo.
Entender a la segunda ciudad más grande de Escocia no es sencillo. Aquí, en pleno primer mundo, donde la vida es usualmente predecible, el visitante se contagia de la paranoia de mirar con afán a todos lados antes de cruzar cualquier calle para no ser arrollado. En este país, como en todo el Reino Unido, los carros avanzan por el carril izquierdo, en lugar del derecho.
Calles con literatura
El carácter impredecible de la ciudad se percibe en las calles angostas y adoquinadas que se descuelgan desde la roca volcánica de 340 millones de años sobre la que se erige el castillo de Edimburgo. 
Y es que al caminar por 'Royal Mile', la vía estrecha que conduce del castillo hacia el oriente, es inevitable toparse en Bank Street con una historia que habla de los trastornos de la personalidad.
En esa esquina queda 'Deacon Brodie's Tavern'. Se trata de un pub que recuerda al personaje que inspiró a Robert Louis Stevenson a escribir 'El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde', el libro que cuenta cómo un eminente médico se transformaba en un maleante por las noches, luego de beber una pócima.
Lo que indujo a Stevenson a producir este clásico de la literatura fue la historia de William Brodie, un acaudalado concejal de Edimburgo que de día era respetado por sus conciudadanos, pero en las noches era jugador, ladrón y llevaba una vida licenciosa. Como castigo, Brodie murió ahorcado en 1788, en el patíbulo que él mismo había diseñado.
Del castillo a la 'Atenas'
Edimburgo no se destaca por su buen clima, así que si se viaja allí  en cualquier época que no sea verano, una buena manera de protegerse del frío es refugiarse en el Museo de los Escritores.
Allí se puede aprender sobre la vida de genios como sir Walter Scott y Robert Burns mientras en las calles, y bajo temperaturas que no superan los 10 grados centígrados, caminan mujeres que resisten, impasibles, ráfagas de viento helado en sus blanquísimas y descubiertas espaldas.
Sin embargo, tener que andar bien abrigado en Edimburgo es una molestia que bien vale la pena con tal de apreciar un lugar con tanta historia. Para empezar, hay que programar al menos unas cuatro horas para recorrer el castillo, el mismo del que se tienen referencias desde el año 1093, cuando allí murió la reina Margarita, esposa de Malcolm III.
Desde el castillo, que domina toda la ciudad, se extienden hacia el norte los cuidados jardines de 'Princess Street', atravesados por la carrilera que tiene como destino la estación de Waverley.
Este pulmón verde de la capital, que a mediados del siglo XV fue inundado para fortalecer las defensas del norte del castillo, alberga el monumento a sir Walter Scott, junto al cual es común ver a los gaiteros con sus faldas (kilts), tocando melodías nostálgicas.
Un reloj particular
Lejos del bullicio, el camino de los jardines es ideal para estar atento, justo a la una en punto de la tarde, al estruendo del cañón del castillo. El ruido, acompañado por una nube gris de pólvora, complementa en el nororiente de la ciudad uno de los primeros sistemas audiovisuales del mundo.
En 1852, en la colina Calton (Calton Hill), fue puesta en lo más alto del monumento al admirante Nelson una bola blanca que cada día, a esa hora, caía para avisarles a los marineros la hora. Sin embargo, la neblina no siempre permitía ver la esfera, así que se instaló un cable eléctrico de 1.237 metros que la unía con el cañón del castillo, a 73 metros de altura.
El cable ya no existe, pero a la una de la tarde de cada día aún se producen la caída de la bola en la colina y el estallido del cañón.
Allí, en Calton Hill, impacta la arquitectura griega que le valió a Edimburgo el título de la 'Atenas del Norte'.
Sobre la colina se erige el inacabado 'National Monument', con sus columnas acanaladas, también llamado 'La deshonra de Edimburgo' porque nunca fue terminado. La razón sorprende, pero ayuda a explicar en algo la ciudad: a los escoceses, conocidos por su estricto y cuidadoso manejo del dinero, se les acabaron los fondos para su construcción.
Comida y literatura
Una delicia que no debe dejar de probar en Edimburgo es el plato típico de Escocia, los 'haggis'.
Se trata de una especie de morcilla hecha con las tripas de la oveja, entre las que se cuentan los pulmones. La mezcla tiene avena y se acompaña con puré de papas.
Otro buen plan es tomar, por 10 libras, un circuito literario sobre la vida de escritores como Robert Louis Stevenson, Sir Arthur Conan Doyle y Robert Burns. Informes: www.edinburghbookloverstour.com.
Si usted va
JUAN URIBE
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
EDIMBURGO (ESCOCIA)
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