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Una ruidosa despedida

De aquí en adelante la campaña de Vargas Lleras no va a ser financiada con nuestros impuestos.

VLADDO
Carlos Lleras Restrepo se debe revolcar en su tumba al ver la ruidosa despedida de su sobrino Germán Vargas Lleras de la vicepresidencia, en un evento tan fastuoso y multitudinario; en un acto para el cual no es fácil encontrar justificación ni explicación alguna.
Hasta donde recuerdo –ni en la vida real ni en House of Cards– ningún ministro, comandante, director de departamento administrativo ni jefe de Estado se había ofrecido a sí mismo un homenaje de semejante naturaleza al marcharse de su cargo, con presencia de compañeros de gabinete, congresistas, altos funcionarios e, incluso, el propio Presidente de la República. Mejor dicho: algo así no se había visto. No lo hizo ni siquiera Álvaro Uribe, pese a que salió en hombros y por la puerta grande, en medio de los hurras, la nostalgia y los aplausos furibundos de las mayorías hipnotizadas de este país, que por esa época lo veían como un mesías.
Es más, aunque en agosto de 2010 el propio Juan Manuel Santos –en vísperas de posesionarse por primera vez– calificó a Uribe como “un segundo libertador”, el entusiasmo no dio para organizarle al expresidente un evento tan estrafalario como el preparado para la despedida de Vargas Lleras.
No nos digamos mentiras: ese acto masivo no fue convocado para que el Vicepresidente encabezara su última ceremonia como miembro del gobierno Santos, sino para presidir su primera manifestación frontal como aspirante al solio de Bolívar. Y digo frontal porque es innegable que en los casi tres años que estuvo en la vicepresidencia, más los otros dos en que se desempeñó como ministro de Vivienda, Vargas Lleras inauguraba obras, cortaba cintas y repartía casas gratuitas, más que como funcionario, como candidato a la presidencia.
Aunque hoy muchos se derriten en verbo y ponderan su capacidad ejecutoria, lo cierto del caso es que los resultados de la gestión del jefe de Cambio Radical solo se podrán apreciar en su justa dimensión en el mediano y largo plazo, cuando se pueda evaluar qué tan buenas salen, entre otras cosas, las viviendas entregadas o las carreteras contratadas bajo su batuta.
El fin de semana, en el departamento de Sucre, en la penúltima despedida de Vargas Lleras, Carlos García –director del Invías y estrecho aliado suyo en materia de infraestructura– se ufanaba de que “los únicos coscorrones que dimos fueron a la corrupción. A la corrupción que vencimos.”
A la luz de los numerosos escándalos que nos invaden cada día en grandes obras de construcción, uno supondría que es mejor esperar antes de celebrar; no vaya y sea que a la vuelta de unos meses o años empiecen a aparecer sobrecostos, incumplimientos y otros males contra los cuales nuestro sistema de contratación no parece estar vacunado. Además, si los contratos y licitaciones de la era Vargas Lleras se adjudicaron con el mismo rigor con el cual Cambio Radical reparte avales, es mejor moderar el optimismo.
Por otro lado, como del paroxismo veintejuliero que ha invadido a buena parte del Gobierno no se ha librado ni el Presidente, sería bueno que antes de lanzar más voladores y ofrecer nuevos brindis en honor de Vargas Lleras, recuerden lo tibio que ha sido todos estos años su apoyo al proceso de paz y tengan en cuenta que, en su afán de conseguir votos, se va a convertir en una piedra en el zapato de esta administración. Sobre todo ahora, tras el tsunami provocado por la participación de Odebrecht en el patrocinio de la campaña de Santos de 2010.
Por más que pretendieran presentarlo como un corte de cuentas, todos sabíamos que este ágape de Vargas Lleras no era más que un descarado mitin político. La ventaja es que de aquí en adelante su candidatura no va a ser financiada con nuestros impuestos.
VLADDO
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