La visita a Colombia del papa Francisco el próximo mes de septiembre no puede limitarse a su condición de máximo jerarca de la Iglesia católica, ni tampoco a su estatus de jefe del Estado Vaticano. Al país vendrá un líder espiritual y político con un nivel de legitimidad, con una capacidad para promover consensos muy difícil de hallar en este momento en cualquier otro personaje de reconocimiento global.
Es, además, un hecho de enorme valor el que el nuestro sea su único destino en el hemisferio. El final de un conflicto armado de cinco décadas fue motivo para que el jerarca argentino decidiera, dicho coloquialmente, ‘cruzar el charco’.
Por supuesto que para el pueblo católico la dimensión pastoral de esta visita será fundamental. Pero para el resto de la población se tratará de la presencia de la que puede perfectamente ser la única figura que en estos tiempos de polarización y exacerbación a veces extrema y nociva de las militancias políticas –acá y en buena parte del planeta– goza del respeto de las más distantes orillas del ámbito político. Y más importante que esto, con la disposición para generar una pausa, escuchar y aplacar pasiones.
El llamado, entonces, es a leer este evento en clave espiritual, no militante, no ideológica, incluso no religiosa. Que sea un tiempo para escuchar, antes que para afirmar. Que sea una oportunidad para reflexionar más que para exacerbar. Para hacer el ejercicio, como seguramente lo propondrá el Papa, de ver en el otro, esto es, en el menos favorecido, en el opositor político, en el vecino conflictivo, a un hermano. De esta forma, poniéndonos en los zapatos del prójimo con mucha más frecuencia, se podrá renovar la dimensión humana de la democracia. Materia en la que mucho bien le haría a Colombia desatrasarse.
Ahora bien, hay que ser claros en que de Francisco no se pueden esperar milagros. Como él y sus antecesores lo han planteado innumerables veces, es aconsejable verlo como un instrumento de paz, de sosiego espiritual, como alguien que puede ayudar a individuos, pero también a sociedades enteras a comenzar un largo proceso de sanación de viejas heridas. Que esto ocurra no está en sus manos, sino en las de cada colombiano, católico o no católico.
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