La víspera del Día de la Mujer, el juez Heriberto Prada, del Juzgado Quinto Penal del Circuito para Adolescentes, revocó el fallo de primera instancia que tutelaba los derechos de la escritora y profesora de literatura Carolina Sanín, y que obligaba a la Universidad de los Andes a pedirle disculpas públicas y a restituirla en su cargo. “Como popularmente se dice desde tiempos remotos, es mejor lo que no se dice”, sentenció el juez.
Uno de los escritos supuestamente incitadores de Sanín, quien además había denunciado ser víctima de matoneo en las redes sociales por parte de un grupo de alumnos y había hecho críticas al programa Ser Pilo Paga, fue un ‘post’ en su muro de Facebook en el que criticaba, a manera de parodia, a unas estudiantes que jugaban cartas en sus horas libres. Sin entender el sentido figurado, ni el humor ni el trabajo de invención, que son herramientas esenciales de quien vive de la literatura, el juez dictaminó exactamente lo contrario de lo que había dicho el primer juez sobre los derechos de la maestra. “Como docente que representa autoridad y ejemplo para la comunidad estudiantil, más que nadie sabe que es prohibido pronunciarse en las redes sociales, en los términos en que lo hizo...”, fue su veredicto ejemplarizante.
Como a veces las situaciones se presentan en parejas, la cara mediática del 8 de marzo en Colombia, con sus notas de farándula, hacía énfasis en el Premio a la Mujer Cafam, que se otorga a mujeres destacadas por ayudar a sus comunidades, en situaciones adversas, muchas veces de enfermedad y marginalidad. Si bien el altruismo es loable –e igual de meritorio en femenino y masculino– y las galardonadas han hecho trabajos sociales destacados, resulta interesante mirar las narrativas castigadas o premiadas en ambos casos.
“Cuando Dios se dedicó a hacer mujeres. les puso tanto empeño porque sabía que debía hacernos importantes... Él premió a los varones con nosotras”, dijo en su discurso Jully Andrea Mora, la joven gestora de una asociación de pescadores artesanales y agricultores del Magdalena, galardonada como Mujer Cafam 2017. Sin demeritar el impacto de su trabajo, los “valores femeninos” que se han premiado durante años en el caso Cafam, tales como la abnegación, la generosidad y la capacidad de entrega, contrastan con las cualidades (‘antivalores’, podría decir algún patriarca) castigadas en el caso Uniandes, que tienen relación con la expresión de las ideas y la construcción de una voz propia que interpela, desafía e incomoda, y que se distancia de los modelos (o modales) que las figuras de autoridad consideran adecuados.
Esa abstracción denominada ‘La Mujer’ (unívoca y mayúscula, como si todas fuéramos la misma, y como si no tuviéramos tantas profesiones, voces y facetas como ‘El Hombre’) sigue siendo premiada, sobre todo, por labores silenciosas y mal remuneradas y contrasta también con el lema mundial para la celebración de este 8 de marzo que era ‘Las mujeres en un mundo laboral en transformación, hacia un planeta 50-50 en 2030’. En este país donde las cifras muestran una diferencia de veinte por ciento menos en los salarios de mujeres, la fecha no se aprovechó para discutir sobre las brechas de género que comienzan con la violencia física, pero que van mucho más allá de ella, y que se expresan en múltiples formas de discriminación, de exclusión y de agresión.
Esas formas de control social adornadas con flores y frases hechas sobre “la Abnegación de La Mujer” señalan lo que se recompensa y se sanciona y están instaladas desde la infancia, igual en hombres y mujeres, para mostrarnos cómo debemos ser y comportarnos. Por eso no es extraño, aunque sí muy preocupante, que un juez asocie buen ejemplo con silencio.
YOLANDA REYES