Estamos próximos a aterrizar. En primera fila, la mujer que acompaña a un reconocido exfuncionario (poco eficaz, se recuerda) no ahorra volumen para hacer notar que están ahí y ella es de su círculo, dijéramos, más cercano. Esta llegada a Cartagena es la que me gusta, parlotea refiriéndose a los edificios que en vuelo semejan una hilera de flacuchas chimeneas blancas. Y explica atenuando la voz: es que de lejos este pedazo de la ciudad se parece algo a Miami.
La situación resulta extravagante. Ando por el cielo y cavilo si al final de los días este me abrirá su puerta. Si tendrá puerta. Además, he recibido el gas narrativo de la doña mientras leo a Trotsky. Lo hago porque cumple un siglo la Revolución rusa, que ya pasó, la que soñé en días cuando empezaba a salir la barba; la misma que le echó pica al exhausto Trotsky y que terminó dándole una patada por detrás a la historia hasta engendrar a alguien como Putin, según dicen, el camarada de Trump.
Rumiando en Putin me alcanza Rasputín; y Donald, el pato, se asoma cuando lo hago en Trump. Pienso en el zar Nicolás con su familia, en los explotadores del pueblo a los que la insurrección, primero menchevique y luego bolchevique, mandó al mismísimo cielo cien años atrás. Imagino que acaso lo hubiera echo con mi vecino exfuncionario (ya dije, inútil), con varios que veo listos a encender el teléfono celular como el último salvavidas del universo en los próximos segundos, cuando el avión toque pista. Todos harán notar a gritos que son funcionarios, contratistas, que tienen a quién mandar y que su poder está en alza.
Justo antes del viaje supe de una mujer que compra todos los días una habichuela en la mañana y otra, en la noche en el gran supermercado. Trabaja allí y el jefe le exige el recibo de la compra para corroborar hora de entrada y salida. Afuera, un vendedor ambulante ofrece el nuevo Código de Policía (edición pirata) y marihuana en crema. De los dos, la crema sirve.
Trotsky concluye que la fe en el hombre y su futuro confiere resistencia. Así, el maestro José Félix Patiño (90 años) acaba de donar su biblioteca a los estudiantes. Tiene esa fe. Cuál será nuestra revolución. Me persigno, resisto la vecindad y sigo empapado en el materialismo dialéctico de Trotsky (quién entiende).
GONZALO CASTELLANOS V.