Las 54 familias gramaloteras se alistan para regresar este sábado al nuevo pueblo. Llegan aferradas al anhelo de recuperar la atmósfera de buen vecindario que reinaba en sus barrios días antes del 17 de diciembre del 2010, cuando la tragedia se abalanzó sobre su municipio.
![]() Luego de una falla geológica en el 2010, las familias tuvieron que abandonar el pueblo. Archivo / EL TIEMPO |
En la última visita que realizó el presidente Juan Manuel Santos al casco urbano de Gramalote que se levanta en la vereda Miraflores, el pasado 20 de diciembre, los 240 damnificados a los que se les asignaron inmuebles en los barrios Calle Real, Centro y Santa Rosa acordaron distribuir sus hogares imitando la fila de casas que se fueron destruyendo una a una tras el deslizamiento de tierra ocurrido en diciembre del 2010.
Estos sectores hacen parte de los 16 barrios con 1.007 casas que están distribuidas en un centro urbano compuesto por un parque principal, una plaza de mercado y un centro administrativo, donde operaría el despacho de la Alcaldia, el Concejo, un juzgado y una sede bancaria.
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Con esta distribución, María del Carmen Villamizar, de 67 años, espera reencontrarse con los vecinos que hace seis años dejó de ver cuando una falla geológica atizada por las lluvias de aquel entonces, provocó el agrietamiento de los pisos y las paredes de su casa al igual que las de los otros 3.000 habitantes de esta población nortesantandereana.
La tragedia la sacó despavorida de su terruño, como ella lo recuerda, y la obligó a mudarse al barrio Palmeras, en la ciudad de Cúcuta, donde se acomodó en una estrecha habitación junto con su esposo y sus dos hijos. Los tres dormían en una colchoneta tirada en el piso, agobiados por el dolor de la huida precipitada y por el calor que no mermaba.
![]() La gramalotera María del Carmen Villamizar recibe su nuevo hogar, en compañía de sus hijos y su esposo, Luis Eugenio Pabón. Archivo particular |
“Ahorita estamos muy contentos de que por fin este padecimiento acabe. Porque el sufrimiento no acabó con la salida del pueblo, vino después, cuando empezamos a buscar un hogar y nadie nos tendía una mano. Fue duro. Ya todo eso quedará atrás y resta mirar hacia adelante, todos unidos”, relata.
Al abrigo de la compañía incondicional de su esposo, Luis Eugenio Pabón, esta gramalotera empezó a empacar a finales de febrero los enseres que la han acompañado durante este éxodo forzoso que la llevó a celebrar sus últimos tres cumpleaños en una casa rentada, en el municipio de Lourdes, en Norte de Santander.
“Ya no aguantamos pagar 400.000 pesos mensuales. Por eso estamos felices de que nos entreguen el nuevo pueblo. Esta emoción no me cabe en el pecho. Espero que todo sea como antes, en compañía de los antiguos vecinos y las frecuentes visitas de mis hijos”, puntualiza.
A pocas casas del barrio Calle Real, donde María del Carmen va a recomponer su hogar, se ubica la vivienda de Luz Marina Ramírez, otra gramalotera que está entusiasmada por el arribo al nuevo Gramalote, después de 15 meses de que se pusiera en marcha este proyecto de reasentamiento urbano que adelanta el Fondo de Adaptación con una inversión superior a los 400.000 millones de pesos.
Para esta mujer de 45 años, la catástrofe natural significó la desintegración de su familia, pues la mayoría de sus seis hermanos que vivían en diferentes sectores del antiguo casco urbano, optaron por trasladarse a otros municipios, donde se negaban a reunirse nuevamente mientras las heridas de la tragedia sanaban.
Sin embargo, el paso del tiempo removió un poco la tristeza que afloró tras esa angustiosa salida y ahora, tanto ella como sus hermanos, son conscientes de que esta mudanza contiene un aspecto de alumbramiento de algo que se apagó: deberán recomponer su ambiente familiar; afianzar los vínculos con viejos amigos del pueblo, debilitados por la distancia; y retomar su vida cotidiana.
![]() Luz Marina Ramírez, gramalotera de 45 años recibe su hogar en el nuevo pueblo. Archivo particular |
“Es emocionante tener la oportunidad de volver a ver a mi familia reunida. Y no solo a ellos, a mis vecinas, mis amigos, todos ellos evocan los buenos tiempos que antecedieron ese día en que la tierra se tragó el municipio. Fue terrible, pero debemos empezar a andar este camino que estará lleno de dificultades”, dijo.
El traslado de esta gramalotera será gradual, pues su cargo como secretaria de la tesorería de la Alcaldía le impide mudarse por completo al nuevo Gramalote, donde la administración municipal se resiste a trasladarse hasta que no haya un número significativo de habitantes en el pueblo que se levantó a 10 minutos del antiguo casco urbano.
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Los habitantes que están por llegar al renovado municipio creen que el arribo de la municipalidad será determinante para reactivar la vida económica y social de esta población nortesantandereana, pues mientras se reestablezca este aparato administrativo, se va a generando un entorno de prosperidad, con fuentes de ingreso y de empleo, atractivo para las 800 familias que restarían por llegar.
CÚCUTA