Teresita Gómez (Medellín, 1943) ama su iPhone 7. “Me gustan grandes ¡y que saquen muy buenas fotos!”, dice con una voz carrasposa que se filtra por sus labios, pintados de morado. Enseguida entra a su Facebook, en el que hay un poema. Me pasa el dispositivo. Le recito una estrofa, escrita por el periodista Juan Mosquera Restrepo:
"Ella escribió su destino / en una partitura. / Cuerdas de piano / sostienen los puentes / con que burló los muros / que levanta la vida".
Pronto, Gómez tiene los ojos aguados ante versos que hablan de ella, porque Teresita, pianista desde los 4 años, está siendo homenajeada más de lo que puede creer. El 2017 significa 60 años de trayectoria profesional en la música clásica; años en los que ha participado en eventos como los Festivales Bach en Bogotá y Medellín; en el Festival de Música Religiosa, en Popayán; con orquestas nacionales, además de la Sinfónica de Jeleniej Górze, de Polonia. La lista es larga.
Ya está consagrada como la intérprete más popular de Colombia en su género. Y mientras hablamos en el salón del Teatro Colón en el que practicará para su concierto de homenaje, la paisa sigue sin creerlo: “No, no, no”, dice, con los ojos cerrados y una risita nerviosa, cuando le sugiero que su performance en cuestión (del jueves 16 de febrero), estaría completamente lleno. ¡Sí que lo estuvo!
“En Medellín la llamaban 'la niña prodigio'“, cuenta Consuelo Mejía (73 años), colega suya en la Universidad de Antioquia. La conoce desde hace 50 años. “Desde que era chiquita había oído hablar de ella. Es que, imagínate: una niña de tres años y medio, negra, tocando… ¡Eso impresionaba en esa época!”
Hoy esa leyenda paisa es también una ciudadana común que no pasa desapercibida. Una de sus hijas, Adriana Moreno (50 años), lo cuenta así: “En Medellín es muy aburrido salir a mercar con ella”, ríe. “Todos la saludan. Se nos va media mañana porque ella le conversa a cada uno”.
Sesenta años después de la primera interpretación como profesional de Gómez, su hija considera que sigue siendo un personaje original: “Aún hoy no hay muchas personas de raza negra tocando en música clásica, y menos en Latinoamérica”, explica. El periodista Juan Mosquera Restrepo va mucho más allá: “Una niña negra, pobre, adoptada por personas pobres se atreve a buscar el piano en su infancia y encuentra en su talento el reconocimiento que la sociedad de su época no le da a una persona de sus condiciones; por eso, la obra más importante de Teresita Gómez es su vida misma”.
Algunos describen su historia de vida como ‘un cuento de hadas’, pero Teresita se ganó el trono a base de puro talento. No fue gratuito que profesionales del piano como Marta Agudelo Villa (una de las fundadoras del actual Departamento de Música de la Universidad de Antioquia) ─quien en 1948 la descubrió tocando piano en una sala a oscuras, por la noche, en el Palacio de Bellas Artes de Medellín─ se arriesgaran contra todo el sistema social de la ciudad para enseñarle a tocar. “Agudelo dijo: ‘Sáquenla del colegio porque me voy a dedicar a darle clases acá’”, recuerda Mejía. A partir de entonces, la leyenda fue más que un cuento.
![]() Foto: Diego Santacruz / EL TIEMPO. Locación: Teatro Colón. |
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“Mi mamá fue adoptada por unos porteros del Palacio de Bellas Artes: Valerio Gómez y María Teresa Arteaga, quienes vivían ahí dentro, y eso hizo que se criara en el instituto, básicamente”, explica su hija, Adriana Moreno. Fue el lugar perfecto. De hecho, El reloj Cucú, primera pieza que Teresita tocó en su vida, la aprendió allí, en su Palacio, antes de comenzar a estudiar piano. Lo logró con ayuda exclusiva de su oído absoluto tras un año de haber empezado a imitar a las alumnas (todas blancas) de la profesora Agudelo. Con ella, ocho horas al día la mantuvieron frente a ese instrumento que la hacía ver como una hormiga.
“Teresita llegó a tocar canciones del compositor clásico Franz Liszt a los 11 años. ¡A los 11 años!”, recuerda su amiga Mejía. Aunque recibió varias becas para estudiar música en Europa, ni siquiera pudo salir de Colombia. Cuando supieron que era negra, la rechazaron. Aunque nada la detuvo, porque su máxima siempre fue una: vivir a su manera. Así, con menos de 15 años, se presentó por primera vez como profesional en la Sala de Honor del Teatro Colón en Bogotá. ¡Y la sacó del estadio! En un artículo de El Tiempo, escrito por Myriam Bautista, se cita una reseña escrita al respecto por Otto de Greiff en 1958, por ejemplo, en la que se lee: “Qué gratísima sorpresa la de escuchar a una gran artista en vías de llegar a ser un justo orgullo de Colombia”.
Desde entonces, Teresita se ha dedicado a darles vida a las composiciones de músicos clásicos europeos, como Bach y Beethoven, pero también a músicos nacionales: Luis Antonio Calvo, Adolfo Mejía y Pedro Morales Pino, entre otros. “Y el piano todavía le suena ¡como si lo estuviera tocando un macho de dos metros! ¡Qué fuerza!”, comenta Consuelo, su amiga.
El periodista Mosquera Restrepo explica así su trascendencia: “La música clásica es un entorno clasista, excluyente, de élites blancas y adineradas. Teresita irrumpe siendo ella misma".
"Siempre que me preguntan, digo que aprendí a tocar piano porque quería que, más allá de la piel, de cualquier barrera, la gente me quisiera”, explica Teresita. Sonríe.
Con 32 años, empezaría a trabajar para la Ópera de Colombia en el Colón. En esa época laboraba 14 horas diarias y ya tenía hijos. “Para ella siempre fue claro que el piano era su prioridad”, explica Adriana Moreno, quien vivió su infancia entre teatros y óperas. “Ella nos ponía cuidado (a sus tres hijos, uno de ellos fallecido) y a la vez era una mujer independiente, de vanguardia: casada cuatro veces, de pensamiento libre, que aceptaba la homosexualidad; ¡soy hija de una mujer que rumbeaba en los años 50!”, exclama Adriana.
Tanto aumentó la influencia de Teresita en la escena artística nacional que el expresidente Belisario Betancur la nombró agregada cultural en Berlín Este, capital de la entonces República Democrática de Alemania. De hecho, “la pionera en sacar la música colombiana a los escenarios fue Teresita Gómez”, afirma Consuelo Mejía.
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La pianista lleva adornado el cuello: oculta bajo su camisa un relicario en el que caben siete fotos. Una de ellas es de Jesucristo. Otra, del gurú hinduista Paramahansa Yogananda. Es que su búsqueda espiritual es eterna, dice. La vive desde pequeña. “De peladas, íbamos a la catedral de Villanueva a leer Susurros de la eternidad (de Yogananda)”, recuerda Consuelo Mejía. “Los sábados volábamos cometas y leíamos los diálogos de Platón sobre el amor. ¡Nunca nos aburríamos!”
La música y el espíritu siempre fueron los ‘pies a tierra’ de Gómez. Sentada frente al piano Steinway & Sons que la recibirá al otro día frente a una sala llena de entusiastas en el Colón, no se aburre pensando en sí misma.
¿Ha enfrentado el fracaso?
Los fracasos, cuando se aceptan, se vuelven palancas. A mí me operaron las manos y no se sabía si podía volver a tocar. Yo entré a la sala de cirugía y dije: ‘Bueno, que sea lo que la vida quiera’. Después empecé a aprender y a practicar Bach desde cero. Ahora estoy aquí”.
¿Qué halló en el budismo?
El silencio. Creo que cada ser humano debería tener aunque sea 15 días de silencio al año. Y saber respirar. Eso es muy importante en el budismo. Cuando uno está muy mal también empieza a respirar mal: eso es lo que hay que controlar.
¿Cómo se llamaría su biografía?
Podría ser 'Testigo de mí misma'. Pero me gustaría que fuera una autobiografía. ¡No quiero que me interpreten!, quiero que sea con mis chistes, con mi sentir”.
Como siempre lo hizo.
MARÍA EUGENIA LOMBARDO
Redacción CARRUSEL