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Peor que la peste

Peor que la peste

La encuesta Gallup muestra que el pesimismo nos está corroyendo por dentro.

06 de marzo 2017 , 06:25 p. m.

En diferentes épocas de la historia se han presentado epidemias con un inmenso poder de destrucción. La más sonada es la peste negra, que acabó con la tercera parte de la población de Europa entre 1356 y 1361.

La gran pérdida de población generó profundas transformaciones, que dieron paso al Renacimiento. Al quedar muchas áreas despobladas descendió la producción agraria hasta en un 40 por ciento en algunas zonas. La escasez de mano de obra condujo a buscar innovaciones en la manera de trabajar la tierra y producir bienes y servicios, a la vez que se incentivó la búsqueda de nuevas tierras, dando lugar a las conquistas de ultramar. La peste cedió poco a poco, y las comunidades encontraron nuevos ánimos para reinventarse y aprender a controlar los factores que las habían atacado y destruido.

Pero lo que nos está pasando en Colombia es peor: el alma se nos ha ido infectando y, en vez de controlar la enfermedad, somos cada día más eficientes en la distribución del mal. La última encuesta Gallup muestra que el pesimismo nos está corroyendo por dentro.

Lo peor que les puede suceder a las personas y a las sociedades es perder la esperanza, pues con ella también se pierden las iniciativas que apuntan a superar las épocas de crisis. En el caso individual, el sentimiento de derrota se manifiesta en estados depresivos que sumen a la persona en una angustia permanente con respecto a lo que ocurre en su entorno y dificulta la relación con las personas cercanas. En muchos casos se llega al suicidio. Hace unas semanas, este diario se refirió a un estudio de la Organización Mundial de la Salud sobre la depresión que ubica a Colombia por encima de los promedios mundiales, y autoridades locales afirman que los datos de la OMS se quedan cortos.

La gente encuestada por Gallup (solo en las grandes ciudades) no cree que el proceso de paz tendrá éxito, no obstante tener evidencia de la desmovilización de los guerrilleros, el inicio de la entrega de armas, el desminado de algunas zonas o la reducción total de muertos en combate. La peste que se expande como una mancha por las redes sociales construye una verdad diferente que no permite sentir empatía con quienes hoy quisieran alimentar mejores sueños para los años que vienen.

Tampoco los encuestados creen en ningún liderazgo, en alguien que pueda abrir nuevos horizontes. La corrupción de toda la clase dirigente ha minado la confianza del ciudadano del común hasta los tuétanos: todos parecen corruptos, los del Sí y los del No; los políticos y los banqueros; los religiosos y los ateos... Cada escándalo es como poner veneno en las fuentes de agua. Mientras se roban tres reformas tributarias por año, los culpables no aparecen o se hospedan en las confortables guarniciones militares o en sus casas. Quienes juzgan también están en el baile, y los medios de comunicación se ven cada vez menos independientes y menos capaces de reflejar otras caras de la realidad.

La peste toca angustiosamente a personas que, habiendo pasado por la universidad y obtenido títulos y éxitos laborales, prefieren esa versión de la verdad que se esparce a través de mentiras repetidas incansablemente en las frases sintéticas de Twitter y en los agobiantes grupos de Facebook y WhatsApp. En las empresas se contagia con memes a quienes están en su puesto de trabajo o en reuniones, y en los colegios los padres de familia hacen redes para asustarse y desinformarse mutuamente.

Estamos habitando un país que no existe, un país que no es el de los pequeños municipios, los campesinos, los estudiantes esforzados, las familias emprendedoras. Pero eso que ahora llaman la ‘posverdad’, desde el ascenso de Trump, nos está envenenando, y ese país de mentiras terminará devorándonos hasta convertirse en la única realidad.


FRANCISCO CAJIAO
fcajiao11@gmail.com

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