“Soy rubia, rubísima. Soy tan rubia que me dicen: ‘Mona, no es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa’. No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo”.
Este es uno de los comienzos más reverenciados de la literatura colombiana, el de ¡Que viva la música! Su tono juvenil y desenvuelto enciende una novela cuyo primer ejemplar fue recibido por su autor, Andrés Caicedo, hace exactamente 40 años: el 4 de marzo de 1977. Y el mismo día que lo recibió, Caicedo decidió suicidarse con una dosis mortal de barbitúricos.