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Editorial: Desafío urbanístico

Editorial: Desafío urbanístico

El proyecto Lagos de Torca puede convertirse en el modelo de ciudad incluyente.

05 de marzo 2017 , 09:31 p. m.

El Gobierno de Bogotá acaba de expedir el decreto que establece las condiciones técnicas y urbanísticas para el desarrollo de Lagos de Torca, más conocido en el pasado como Plan Zonal del Norte, una iniciativa con 15 años de intentos fallidos a la hora de consolidarse.

Se trata de un ambicioso plan que combina lo urbanístico con lo ambiental, que aboga por la mezcla de estratos y usos del suelo e incluye una amplia gama de servicios dotacionales, con énfasis en el espacio público. Todo, en un área de 1.803 hectáreas (seis veces el tamaño del Central Park, de Nueva York). Adicionalmente, se proyectan 150 hectáreas para un parque metropolitano, 300 para vías, 83 para la protección de humedales, 23 de manejo ambiental y 465 hectáreas para andenes, ciclorrutas y plazoletas; tres hospitales, colegios y patios para los buses del transporte público.

Lagos de Torca colinda con el municipio de Chía, en el nororiente, entre los cerros orientales y la franja Van der Hammen. En este espacio, según la Alcaldía, habitarán en el futuro 350.000 personas, casi la población de Manizales hoy.

Se calcula que solo en vías, los recursos por proveer superan los 650.000 millones de pesos, y 500.000 millones adicionales costaría la red de servicios públicos. En total, la inversión en infraestructura asciende a 4 billones, incluyendo estudios, diseños, interventorías y otras adendas.

La estrechez presupuestal del Distrito hace que se piense en alternativas distintas a los ingresos corrientes para financiar tamaña empresa. Por eso, el decreto establece que los costos sean asumidos por los propietarios de los predios (hoy, en 550 hectáreas hay colegios, concesionarios y otros) si deciden medírsele al proyecto bajo la modalidad de reparto equitativo de cargas y beneficios, en la cual el constructor asume el costo de la infraestructura a cambio de espacio para la ejecución de sus planes.

De acuerdo con la Administración, lo que se quiere es concentrar el crecimiento del norte de la ciudad en iniciativas de este tipo antes que permitir que el poco suelo disponible se siga dedicando a actividades que no generan valor o de que la capital se siga extendiendo hacia el vecindario.

Aun sin conocer a fondo los detalles, Lagos de Torca parecería estar encaminado en la dirección que señalan los pensadores urbanos del momento: consolidar ciudades allí donde se garantice la mezcla de usos, comercio, vivienda, protección del medioambiente y recreación, en aras de un desarrollo sostenible.

Lo que sigue ahora es el decantamiento de una apuesta que constituye todo un desafío urbanístico y, por lo mismo, merece un estudio a fondo. No pueden primar aquí solo los intereses de los particulares, y mucho menos la exacerbación de quienes conciben el urbanismo, más que como una oportunidad de cambio, como un estancamiento territorial ‘per se’.

Acometer causas de esta envergadura obliga también a preguntarse qué tanto contribuirán a hacer de Bogotá una mejor ciudad, más preparada para lo que le deparará el futuro en materia ambiental, de movilidad, igualdad, empleo, oportunidades. Si todo esto está contemplado en Lagos de Torca, no hay por qué temer; es así como se concibe el nuevo desarrollo.

EDITORIAL

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