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'¡Que viva la música!', un relato de 40 años que nunca envejece

El primer ejemplar de este libro fue recibido por su autor Andrés Caicedo el día que se suicidó.

“Soy rubia, rubísima. Soy tan rubia que me dicen: ‘Mona, no es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa’. No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo”.
Este es uno de los comienzos más reverenciados de la literatura colombiana, el de ¡Que viva la música! Su tono juvenil y desenvuelto enciende una novela cuyo primer ejemplar fue recibido por su autor, Andrés Caicedo, hace exactamente 40 años: el 4 de marzo de 1977. Y el mismo día que lo recibió, Caicedo decidió suicidarse con una dosis mortal de barbitúricos.
Con su portazo a este mundo, Caicedo dio origen a una leyenda que se agiganta cada día. “Cuando Andrés publicó ¡Que viva la música! –comenta uno de sus mayores estudiosos, el escritor Sandro Romero Rey–, se conocía solamente en el restaurante Los Turcos. Después en Cali. Después la cosa fue creciendo, después fue un fenómeno nacional, y hoy por hoy, su obra está traducida a seis idiomas y eso no lo consigue un autor colombiano contemporáneo con mucha frecuencia”.
Miles de jóvenes han leído esas líneas como si atisbaran su destino en la palma de la mano, y por eso la figura de Caicedo será objeto de numerosos homenajes a partir de este mes, varios de ellos alentados por la presencia de su hermana más cercana, Rosario Caicedo, quien viajó desde Connecticut (Estados Unidos) para hablar del origen de su obra.
“Con Andrés compartimos un cuarto hasta que tuvimos tal vez 7 u 8 años. Y yo puedo decir que Andrés fue un niño distinto a los otros desde que yo tengo uso de razón. Me acuerdo de un niño enamorado de los colores, un niño profundamente observador, que le encantaba la naturaleza, que podía hablar de cómo le gustaba la naturaleza, y cómo se sentía ante ella. Al mismo tiempo, un niño triste. Y tal vez de allí me vino el hecho de que yo sentía que lo tenía que proteger”, dice Rosario para el programa de televisión Cultura y entretenimiento, que se emite este fin de semana en EL TIEMPO Televisión.
Rosario nació un año antes que Andrés Caicedo, y eso explica su relación tan próxima. Las otras dos hermanas mayores (María Victoria y Pilar) les llevaban 8 y 5 años, respectivamente. Pero, además, Rosario explica algunos rasgos de su hermano en su carácter de único hijo hombre en medio de tres mujeres, ya que otros dos hijos varones habían fallecido en el pasado. “Andrés fue venerado desde que estaba bebecito: el niño que sobrevivió. El niño que les podría dar unos nietos con el apellido Caicedo (...). Nada de eso sirvió para Andrés”.
El propio escritor reconoció que desde pequeño actuaba a contracorriente y revivió su infancia llena de pilatunas y bromas pesadas a sus compañeros de estudio, en cartas como las que recoge el libro El cuento de mi vida, editado en el 2007: “Yo me reí hasta que los ojos se me aguaron, y ahora siento lo mismo que sentía cuando pequeño: un sol inmenso que se pone, dentro de mí, en el horizonte, y que es presagio de grandes aventuras en contra de mis semejantes y hoy es signo de cagadas por venir. Como no hay nada más que hacer en esta vida, pues entonces conformémonos con las travesuras que pueda realizar, las acciones neutras, las acciones que producen sufrimientos en los otros, las malas vidas”.
Una visión más benigna de su juventud es la de Patricia Restrepo, su última novia y su gran amor, con quien tuvo largas jornadas de estudio y análisis de la literatura, el cine y la música: “Leímos muchos autores que me formaron y me marcaron. Andrés venía con un bagaje mucho más fuerte que el mío, porque lo que llama la atención o lo que marca profundamente de Andrés era la precocidad. Cómo, a esa edad tan temprana, tenía un conocimiento tan amplio en esas tres disciplinas”.
Restrepo antepone el rigor y el compromiso de Caicedo con sus proyectos a la imagen de ‘drogas, sexo y rocanrol’ que heredó de sus personajes. Ella lo recuerda como un muchacho estudioso, disciplinado y de sonrisa permanente. Cita su pasión por autores como Henry James, y sus discusiones sobre Las bostonianas, Los papeles de Aspern y Otra vuelta de tuerca. O cómo ambos se dejaron influir por Malcolm Lowry y su novela Bajo el volcán, cuyos fantasmas transitan los cuentos de Caicedo.
“Revisando la obra de Andrés, él es un escritor de personajes. Sus personajes son fuertes, toda esa cultura tan vasta de la literatura de Andrés hace que él recoja de un lado y del otro, de sitios muy diferentes, esa profundidad en los personajes”, opina Restrepo.
Una muestra de su erudición literaria es la anécdota que cuenta su hermana Rosario acerca de una de las últimas visitas de Andrés Caicedo a su casa en Connecticut: “Él siempre andaba con mapas, y esa vez me dijo: ‘Por aquí, cerquita, vivía Emily Dickinson’ (apasionada poeta estadounidense), y me empezó a hablar de ella. Así que nos fuimos en carro al pueblito de Amherst (Massachusetts). Emily Dickinson escribía poemas cortos y describía su vida como ‘un revólver cargado’. Y Andrés me contaba cómo Emily no necesitaba salir de su casa para conocer el mundo, a través de las palabras que escribía. Igual que ese Andrés, provinciano caleño, que salió de esa Cali con la literatura”.
Cuatro amores
De igual forma, fue un espectador furibundo del cine. Pero no solo se sirvió a manteles de los directores clásicos, sino que con frecuencia disfrutaba películas de la ‘serie B’, cintas marginales o cine de autor que le generaba un particular entusiasmo. Sus amigos de entonces recuerdan nombres que lo inspiraban, como Billy Wilder (Sunset Boulevard), Sam Peckinpah (Billy The Kid), Arthur Penn (Bonnie & Clyde), Alfred Hitchcock (Psicosis), Luis Buñuel (La vía láctea) o Ingmar Bergman (El séptimo sello).
Y en cuanto a la música, sus textos traslucen sus múltiples afectos, en particular por los Rolling Stones y por la salsa dura, de Héctor Lavoe o de Richie Ray y Bobby Cruz. No es casual que en sus textos haya una clara musicalidad, que algunos atribuyen al impacto que causó en toda una generación de escritores latinoamericanos el estilo de Guillermo Cabrera Infante.
En su caso podía ser musicalidad descarada, literal, como en ¡Que viva la música!, cuando dedica una página completa a transcribir 84 veces la frase “Lluvia con nieve”, la letra de la canción homónima. O cuando transcribe la fuerza del pregón de Bobby Cruz en Lo Atara La Araché:
“Ala-lolé-lolé lalá-lo-loló lololala-lalalalá oiga mi socio, oiga mi cumbilá que voy en cama-caló alala-lele-lee lolo-lolá epílame pa’ los anocoros como le giro este butín: guaguancó”.
A esos tres amores (libros, películas, canciones) habría que sumar el teatro, que fue en realidad una obsesión anterior. “1972 es el último año en que Andrés se dedica a lo que él siempre llamó ‘mi primer amor’, que es el teatro –explica Rosario–. Escribe la obra El mar, y la monta. Y es una obra monumental, en donde coge apartes de Edgar Allan Poe, de Harold Pinter, de todo, y lo convierte en una obra monumental. Como muchas de las obras de Andrés, no todas, fue un fracaso. No se pudo producir bien, no se pudo montar bien, y Andrés termina con el teatro allí. Pero todo tiene esa misma unidad literaria (...). Sus primeros cuentos, sus obras teatrales, el cine, tienen una unidad: los personajes son prácticamente los mismos, los jovencitos, adolescentes, atrapados y queriéndose salir”.
Su novia de entonces, Patricia Restrepo, admite también sus incursiones en la rumba dura, en la calle, en la oscuridad de la noche, sin que eso sea lo fundamental. “Era una persona muy disciplinada, sensible y hasta frágil”. Su hermana Rosario va más allá: “No era angustia ni era susto; era el terror constante en que Andrés vivía, desde el punto de vista existencial. Y lo que más admiré de él siempre fue que vivió con ese terror por años, y produjo prolíficamente”.
No podía ser otro el desenlace, como presentía su hermana más cercana: “Al final, Andrés se dedica por completo, con obsesión, al cine. Y yo pienso que ya, desde el punto de vista psicológico, estaba mal. Profundamente mal. Siempre he pensado que Andrés, en sus últimos años, se dio perfecta cuenta de que su capacidad de producir no era la misma. Comete dos intentos de suicidio en 1975. El tercer intento es exitoso. No sabemos si hubo otros. Evidentemente, ideas de suicidio, todo el tiempo. Pero yo pienso que esa característica de este joven escribiendo sobre cine constantemente demuestra que ya estaba en lo que yo llamo la recta final. Y él, al mismo tiempo, la última vez que hablé con él, me dijo: ‘Estoy muy preocupado porque no puedo escribir tanto’. Para Andrés, el escribir y el cine eran el antídoto que tenía con respecto a la muerte”.
Cuarenta años después, sus palabras siguen estremeciendo. La actriz y directora Alejandra Borrero, que llegó al grupo de Cali cuando Caicedo ya estaba muerto, ha reivindicado su legado (hace un par de años organizó una temporada teatral llamada Caliwood, en Casa E) y aún siente su presencia de manera contundente: “Tengo un recuerdo nítido del día en que Poncho (Luis Ospina) sacó el documental sobre Andrés y nos lo presentó a sus amigos en su casa. Estábamos todos sentados en la cama de Poncho viendo el documental y en un momento dado cayó un rayo que casi tumba la casa. Todos sabíamos que era Andrés, que estaba diciendo ‘Aquí estoy’ ”.
Fragmentos claves de su obra más emblemática
‘¡Que viva la música!’ es ya un clásico de la literatura colombiana, contado en primera persona por el personaje de maría del carmen huerta. aunque muchas frases son reflexiones sacadas de los diarios de andrés caicedo, estos son pasajes representativos:
¡Que viva la música!
Música que se alimenta de carne viva, música que no deja sino llagas, música recién estrenada, me tiro sobre ti. A ti sola me dedico. Acaba con mis fuerzas si sos capaz, confunde mis valores, húndeme de frente, abandóname en la criminalidad, porque ya no sé nada y de nada puedo estar segura. Ya no distingo un instrumento sino una efusión de pesares y requiebros y llantos a grito herido. Transformación de la materia en notas remolonas, cansancio mío, amanecer tardío. Noche que cae para alborotar los juicios desvariados, petición de perdón y pugna de sosiego. Sosegón, magnífica confusiña de ánimos vencidos por 3 minutos de canción: así es el 45.
María del Carmen Huerta se va de Cali
Y el traqueteo del bus y el zumbido del aire hirviendo al ser partido en dos, y las ruedas como empantanadas (pero no, porque avanzábamos) en el asfalto que más bien sería melcocha, y cada una de las barras y los fierros como sartenes hirviendo. Y los negros sudando ébano y platino, collar de perlas, las camisas blancas como con fango debajo de los brazos y en las espaldas, frente a narices brillantes, gozando, serenos, de que se avanzara, pues así no habría sopor, no se sucumbiría al abrazo del calor, y en ese clima estaba la justificación de su raza, y en los pastos aún verdes a pesar del sol inclemente y traicionero.
Su manifiesto plagado de autodestrucción
Tú, haz aún más intensos los años de niñez recargándolos con la experiencia del adulto. Liga la corrupción a tu frescura de niño. Atraviesa verticalmente todas las posibilidades de la precocidad. Ya pagarás el precio: a los 19 años no tendrás sino cansancio en la mirada, agotada la capacidad de emoción y disminuida la fuerza del trabajo. Entonces bienvenida sea la dulce muerte fijada de antemano. Adelántate a la muerte, precísale una cita. Nadie quiere a los niños envejecidos. Solo tú comprendes que enredaste los años para malgastar y los años de la reflexión en una sola torcida actividad intensa. Viviste al mismo tiempo el avance y la reversa.
Célebres afiches en favor de la salsa dura
El pueblo de Cali rechaza a Los Graduados, Los Hispanos y demás cultores del “sonido paisa” hecho a la medida de la burguesía, de su vulgaridad. Porque no se trata de “Sufrir me tocó a mí en esta vida” sino de “Agúzate que te están velando”. ¡¡Viva el sentimiento afrocubano!! ¡¡Viva Puerto Rico libre!! Ricardo Rey nos hace falta.
Su vida en ocho sorbos
Nació el 29 de septiembre de 1951. Sus padres, Carlos Alberto Caicedo y Nellie Estela, se habían conocido en Silvia (Cauca), y ese lugar resultó emblemático para Andrés: allí terminó de escribir su obra cumbre, ‘¡Que viva la música!’.
Andrés Caicedo tuvo tres hermanas: María Victoria, Pilar y Rosario. Andrés era un niño travieso, que solía hacer pilatunas en el colegio Pío XII, en el Liceo Ciudad de Cali y en los otros cinco colegios en los que estudió de manera sucesiva.
Desde niño era lector de Edgar Allan Poe, y por eso comenzó a escribir a los 13 años. Según el libro ‘Ojo al cine’, a los 14 años escribió y dirigió sus primeras piezas de teatro. Luego encabezaría movimientos culturales como el grupo literario Los Dialogantes.
Muy joven, ganó el primer premio de cuento en la Universidad del Valle, dos primeros premios nacionales, dos galardones universitarios de teatro y en 1970 ganó el Concurso Literario de Cuento de Caracas, con ‘Los dientes de Caperucita’.
Desde 1969 comenzó a escribir comentarios de cine. Se publicaron en el Magazín Dominical de ‘El Espectador’, así como en ‘Occidente’, ‘El País’ y ‘El Pueblo’, de Cali. Además, escribió para una revista peruana llamada ‘Hablemos de cine’.
En 1974 creó la revista ‘Ojo al cine’, en la cual expresó toda su sapiencia sobre el séptimo arte. Según Patricia Restrepo, su novia de entonces, una sexta edición quedó casi lista cuando se suicidó.
En los años 70, con su grupo de amigos organizó el Cine Club de Cali. En 1971 codirigió una película inconclusa con Carlos Mayolo, titulada ‘Angelita y Miguel Ángel’. Luego, Luis Ospina la utilizó para su documental ‘Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos’.
En 1984, Luis Ospina y Sandro Romero publicaron el libro póstumo ‘Destinitos fatales’, que incluyó 15 de sus cuentos, los relatos reunidos con el título ‘Angelitos empantanados o historias para jovencitos’ y la novela inconclusa ‘Noche sin fortuna’.
Todo un año de homenajes
En Cali, su ciudad natal, la figura de Andrés Caicedo será recordada con las disciplinas artísticas que él ejerció. Hoy se proyectará la película Los olvidados, de Luis Buñuel, en la Cinemateca La Tertulia. Esa cinta fue exhibida en el Cine Club de Cali, que dirigía Caicedo, al día siguiente de su muerte (el 5 de marzo de 1977).
De igual manera, las secretarías de Cultura y Educación de Cali, junto con la sociedad Caitela convocarán el Concurso de Cuento para Jóvenes Andrés Caicedo, en el que podrán participar escritores entre los 15 y los 25 años. El jurado está integrado por Melba Escobar, Juan Gabriel Vásquez y Juan Esteban Constaín.
Entre marzo y abril, la Cinemateca La Tertulia, la Cinemateca Univalle y el espacio Lugar a dudas presentarán el ciclo ‘Andrés Caicedo, las películas de su vida’.
El cine foro que lleva el nombre del escritor realizará un ciclo de documentales sobre su figura y su legado.
Por otra parte, los colegios, bibliotecas y universida- des caleñas tendrán talleres de lectura sobre sus obras, coordina- dos por la secretaría de Educación de Cali y Bibliotec.
En la capital colombiana, la Feria del Libro de Bogotá tendrá un tributo especial en su nombre, del 25 de abril al 8 de mayo.
La Biblioteca Nacional organizará en mayo un ciclo de cine con las películas preferidas de Caicedo, así como charlas sobre su vida y sus obras.
Uno de los homenajes más especiales será la reedición del libro Ojo al cine, con la recopilación de sus críticas cinematográficas que hicieron Luis Ospina y Sandro Romero, quien le dijo a EL TIEMPO que se incluirán artículos inéditos y se reorganizará temáticamente su contenido. El libro estará disponible en abril del presente año.
En el campo escénico, la Universidad del Valle publicará el libro Teatro, con las obras dramáticas que escribió el autor.
En octubre, el grupo Matacandelas, de Medellín, presentará su montaje Angelitos empantanados; Edwin García llevará a escena El atravesado, y la Escuela de Arte Dramático de la Universidad del Valle, con el profesor Douglas Salomon y el Teatro El Presagio, presentarán Calicalabozo, todos textos de Caicedo.
Finalmente, en septiembre tendrá lugar la exposición de ‘Memorabilia’ sobre imágenes originales, afiches, fotos de la vida y obra de Caicedo, con base en el archivo personal que fue donado a la biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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