Tendrían que seguir retumbando entre los colombianos las preguntas fundamentales que Carlos Caballero Argáez hacía en este mismo diario al principio de la semana: “¿No le parece paradójico e inconsistente que convivan en la ciudad del turismo, de los festivales y de los congresos la pobreza con la riqueza?”. “¿Y no le parece absurdo que los colombianos estemos tan mal informados de la situación social de Cartagena y tan bien enterados de la ‘vida social’ en Cartagena?”. La crisis social y ambiental de la ciudad más querida por los colombianos ha sido desde hace mucho tiempo un secreto a voces. De vez en cuando, también, el tema ha llegado a los medios. Pero lo cierto es que debería tratarse como una emergencia.
Caballero Argáez ha querido hacer eco de un serísimo trabajo de Jhorland Ayala y Adolfo Meisel publicado a finales del año pasado en la Universidad Tecnológica de Bolívar: ‘La exclusión en los tiempos del auge: el caso de Cartagena’. En esas páginas, el terrible secreto a voces se convierte en una penosa realidad: Cartagena está peor que las principales ciudades del país en materia de índices de pobreza extrema, de educación de los jefes de hogar, de cobertura de servicios públicos, de informalidad e ingresos laborales. Dicen Ayala y Meisel: “El ingreso laboral esperado de un empleado en Cartagena fue un 20,3 por ciento más bajo que el de una persona comparable en Bogotá”.
Se ha dicho muchas veces, pero quizás ahora –con las cifras en la mano– estremezca que hoy el propósito de las murallas sea proteger la vida social de la crisis social de Cartagena. Se ha denunciado la tragedia desde múltiples tribunas, pero quizás indigne enterarse de que los homicidios por cien mil habitantes pasaron de 18,5 en el 2008 a 27,3 en el 2015; las inundaciones afectan el 26 por ciento de las viviendas de la ciudad, y la desigualdad ha dado origen al turismo sexual infantil.
Tal vez lo que acabe de convencernos de rodear a Cartagena sea conocer la noticia de que, gracias al crecimiento del turismo, de la construcción y de la industria, la ciudad vive hoy paradójicos tiempos de bonanza.
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