'La explosión populista' es el título de uno de los libros más recientes sobre el tema, escrito por el periodista norteamericano John B. Judis. Es difícil, hasta imposible, mantenerse al día. A la “explosión populista” ha seguido una verdadera “explosión literaria”, en las más distintas formas. Con razón, Moisés Naím vio la oportunidad de escribir un “manual para usuarios”.
“No es una ideología”, observa Naím, sino una “estrategia para obtener y retener el poder”. Ni es una novedad. Sin embargo, su (re)aparición, desbordada por la revolución tecnológica, plantea desafíos extraordinarios. Naím identifica cuatro “tácticas” comunes utilizadas por los líderes populistas en distintos lugares del mundo, ya se trate de Hungría, Egipto, Rusia o Estados Unidos.
Divide y vencerás: los populistas viven de la polarización, la alimentan y se benefician de ella. Deslegitimar y criminalizar a la oposición: práctica que los hace afines a los autócratas, derivada del reclamo de representar unívocamente al pueblo. Denunciar la conspiración internacional: aquí comparten plataforma con nacionalistas ultra. Desprestigiar a periodistas y expertos: el poder populista no admite críticas.
Más que a los “usuarios” (es decir, quienes lo practican), el manual de Naím quizás sirva mejor a quienes lo sufren como advertencia a quienes enfrentan a líderes populistas, en ascenso o en el poder.
Sobre todo en el poder. Pues las tácticas comunes identificadas por Naím son las que les sirven para perpetuarse en el mando. Podrían añadirse otras, como debilitar las instituciones del Estado, diseñadas precisamente para impedir los abusos del poder. Buscan entonces controlar las ramas Legislativa y Judicial, así como las autoridades electorales.
Todas estas tácticas giran alrededor del culto a la personalidad: al populismo lo define la figura del líder. Hablar de partidos populistas es casi una contradicción, ya que son términos excluyentes.
Si extendiéramos el “manual de usuarios” de Naím a los ‘sufrientes’, sería necesario reflexionar mucho más sobre las respuestas que deban darse a los desafíos populistas. Llegan al poder generalmente por falta notable de alternativas, en momentos de crisis aparente. Una vez en el poder, gracias en parte a las tácticas anotadas por Naím, hacen imposible la viabilidad de cualquier alternativa.
Es importante entender cierta lógica perversa en el fenómeno. En buena medida, los líderes populistas ocupan, primero, el vacío que dejan las oposiciones desacreditadas. Y se apoderan después de casi todo el espacio político: desde el poder magnifican su papel de ‘opositores’ –contra el ‘establecimiento’, contra el imperio, contra las élites, a pesar de que ellos se hayan convertido en nuevas élites–.
En esta lógica perversa, los líderes populistas se nutren de un debate de opinión dominado por los ataques de sus enemigos. Basta abrir las páginas de los diarios desde la posesión de Trump, llenas de artículos en su contra. La búsqueda de figuras que representen alternativas es vana, con la excepción de publicaciones aisladas y sin mayor impacto.
Por supuesto que ello no sugiere liberar a los populistas de la crítica. Sin embargo, un ‘manual para sufrientes’ debería incluir advertencias sobre los efectos de las obsesiones antipopulistas. Sin buscarlo, tales obsesiones les ceden a los populistas todo el espacio del debate público, mientras niegan la posibilidad de que surjan oposiciones viables.
Se les termina así otorgando más poder del que realmente tienen. Es, paradójicamente, una claudicación de la democracia, irreconocible para quienes siguen insistiendo en que el populismo es su espejo.
EDUARDO POSADA CARBÓ