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Ecuador y el desgaste del populismo/Análisis

Cautivar a la gente será la clave para ganar la segunda vuelta en las elecciones.

A Guillermo Lasso le salió un nuevo negocio: la Presidencia de Ecuador. Este sexagenario ecuatoriano, con una reconocida trayectoria profesional como banquero, fue capaz de ponerle coto al populismo y a la maquinaria política de Rafael Correa, otro negociante que con un bagaje de economista supo transformar en la última década al país sudamericano, considerado actualmente por el Foro Económico Mundial como el nonagésimo primero más competitivo del mundo –entre casi 150 países-.
Precisamente, la competitividad fue uno de los temas más tratados y polemizados, durante la primera vuelta de la campaña para la presidencia de Ecuador, entre Lasso y el candidato oficialista: Lenin Moreno. Lo anterior, porque el presidente Correa fue capaz de darle un nuevo brío a Ecuador, un país que a finales del siglo XX sufrió la debacle económica devenida de las malas decisiones de un grupo de banqueros y que, casi dos décadas después, vuelve a poner en la agenda política a la economía como principal herramiento proselitista.
Desde sus posturas ideológicas, Lasso y Moreno comprendieron que la gente en Ecuador necesita más que nunca de un tridente básico de cualquier política social y económica: trabajo, justicia y educación. Por ello, sus discursos demostraron un interés considerable por acercarse demasiado al ecuatoriano de a pie, a ese connacional que hace una década se declaró en bacarrota por culpa del desastre financiero que acabó con el sucre y abrió las puertas de la dolarización, con ese compatriota que vive de las remesas de sus familiares fugados a la suerte de la migración y, en general, con el ecuatoriano que aún teme un nuevo desastre económico en un país de al menos 15 millones de habitantes.
Sin embargo, los candidatos que pugnaron por el puesto de Correa en el palacio de Carondolet no tuvieron en cuenta el hartazgo de la población ecuatoriana con la política tradicional. Y fue de esa debilidad proselitista de donde surgieron las dudas que hoy ciernen el panorama político.
El sábado 20 de enero de 2007, el actual mandatario ecuatoriano implementó el modelo comunicativo que Hugo Chávez popularizó en Venezuela a principios del siglo XXI: la exposición mediática intrusiva. Ese día, el actual presidente puso al aire, en 54 emisoras, el programa: “El Presidente dialoga con el pueblo”, un espacio para que la gente le manifestara sus quejas al primer mandatario y este usara –no todas las veces- esa información como insumo práctico de su política social. El modelo le funcionó. O, al menos, los indicadores de popularidad del primer mandato de Correa así lo avalaron.
El problema estriba en que Moreno ni Lasso están cerca de suceder en los micrófonos al actual presidente. El primero mantuvo el halo de su jefe Correa y heredó las críticas y halagos de quien gobernó el país durante una década. Y el segundo, apenas y pudo ofrecer una alternativa política robusta.
Los vecinos
Si bien Ecuador no ha tenido en la historia reciente un impacto relevante en el desarrollo de América Latina, es claro que no puede soslayarse su importancia geoestratégica con países como Colombia, Perú y Venezuela. Con ese tridente, mantiene relaciones comerciales considerables que se dinamizaron bajo el mandato Correa.
Por la coyuntura, los casos más perentorios del próximo mandatario ecuatoriano serán Venezuela y Colombia. El sucesor de Correa deberá enfrentar una oposición interna masiva que le reclama mayor vehemencia para referirse a la crisis humanitaria que Maduro quiere soterrar y que un tinglado de organismos internacionales –incluidos medios de comunicación- ha denunciado.
Por su parte, la coyuntura de los diálogos de paz con la guerrilla colombiana del Eln –que tienen como país garante y veedor a Ecuador- debería ser otra prioridad en la política exterior del sucesor de Correa. No obstante, todo parece indicar que la política interna del país latinoamericano está tan enredada que esta mesa de negociación no representaría un esfuerzo de una eventual presidencia de Lasso o Moreno. En campaña, así lo han demostrado.
Quizás, el país del actual Nobel de Paz representa un vínculo con el presidente saliente –y con el expresidente Uribe- que los actuales candidatos presidenciales quieren mantener en el olvido, pues son conscientes del costo social y político que les puede representar internamente una mala intervención en este ámbito.
Al final, las candidaturas de Lasso y Moreno demuestran una certeza: el fin de la era populista en Ecuador al estilo Correa, es decir, una construida a partir del intimismo, de las historias de superación personal y de la repulsión contra el mundo anglosajón. Sin Correa en el frente, la política en Ecuador se convierte en una nueva fisura de esta grieta ideológica llamada ‘izquierda latinoamericana’.
Juan Camilo Velandia
Profesor Facultad de Comunicación
Universidad de La Sabana
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