Era un viernes de principios del 2002 y el Pequeño Teatro arrancaba temporada. Todo estaba listo para presentar Medea, pero ocurrió un hecho que partió la historia del teatro que nació en 1975.
Iban siendo las ocho de la noche, la función estaba a punto de comenzar en la casa del centro de la ciudad, y solo habían llegado dos personas para ver la obra. Los dos jóvenes, un poco apenados o desconcertados, se acercaron a Rodrigo Saldarriaga.
- No, maestro, tranquilo, no se preocupe, nosotros venimos otro día.
- No, por el solo hecho de ustedes haber venido hasta acá merecen que presentemos la obra. Además, los actores ya están listos.
Y así fue, inició la temporada del 2002 con solo dos espectadores. Al final de la función la casa, que es patrimonio arquitectónico de la ciudad, parecía un velorio. Los jóvenes se fueron aterrados, y el elenco se sentó en el patio a reflexionar lo que pasó. “Esto no puede ser”, “el teatro no es esto, el teatro es un hecho social, un hecho democrático”, fueron algunas de las expresiones que se escucharon.
De repente, en medio de la conversación sobre lo que iban a hacer, el maestro exclamó: “Los viejos del teatro colombiano nos equivocamos”, y agregó que cuando fueron a un festival en Europa en 1969 vieron que la cosa era muy fácil: se montaban las obras, se hacía un afiche donde decían a qué horas se abría taquilla y los escenarios se llenaban.
Ellos, los viejos, trajeron ese modelo a Colombia, pero, dijo Rodrigo, cometieron un error: “Lo copiamos acá, pero se nos olvidó una cosa: que en Colombia no tenemos tradición teatral”.
Entre muchas cosas que pensaron, la idea que más les gustó era la de abrir la casa, que la gente pudiera entrar libremente.
Pero eso sí, sabían que no podía ser gratis. Entonces nació entrada libre con aporte voluntario, que anoche cumplió 15 años.
En ese momento tenían la idea de que así se podía crear una tradición teatral en la ciudad, porque si la gente no había probado el teatro, cómo iba a pagar por este.
Se dieron 15 días para comenzar y relanzar el año. Hicieron unas piezas publicitarias para dar a conocer el nuevo modelo. Y llegó la noche esperada, volvieron a presentar Medea y, sorpresivamente, la casa se llenó, y se sigue llenando con la entrada libre con aporte voluntario, lo que, desde la perspectiva del Pequeño Teatro, es hacer un teatro del pueblo y para el pueblo.
“Es un espacio democrático donde todos valemos lo mismo. Lo importante es ese encuentro entre el arte y el espectador. El arte no existe si no está expuesto. Solamente existe como arte en el momento en que el espectador se sienta al frente de nosotros y se vuelve importante en la medida en que mucha gente pueda apreciarlo”, aseguró Andrés Moure, director académico de Pequeño Teatro.
Aunque tuvieron muchas críticas, y aún hay detractores, han logrado sostenerse de esta manera durante 15 años, con lo que responden a quienes afirmaron que “Rodrigo Saldarriaga y Pequeño Teatro se habían cagado en el negocio del teatro en Medellín”.
El arte no es un negocio, no para ellos, porque trabajan para el pueblo, y las cifras los respaldan.
De hacer en promedio unas 110 funciones al año, el porcentaje de los últimos 10 está alrededor de las 460 presentaciones, lo que demuestra que están cumpliendo con el objetivo que se plantearon hace 15 años.
Cualquiera puede ver una obra en este lugar, allá todos son iguales, pero sí recalcan que no es gratis, y que el aporte voluntario debe estar de acuerdo con las posibilidades económicas de cada persona. Así están democratizando el espectáculo.
Pero que no haya que pagar por el valor de una boleta no significa que no haya calidad, y que la gente va a asistir. Son conscientes de que siempre deben estar reinventándose, ampliando su repertorio, renovando las obras y mejorando el espacio.
“La gente también está exigiendo calidad, porque en la medida en que ha visto teatro se va volviendo un ojo crítico”, explicó Moure.
Las condiciones y el contexto que hoy vive Medellín también han contribuido al fortalecimiento de las presentaciones. Aunque en la época más oscura que tuvo la ciudad nunca dejaron de presentarse, hoy las cosas son mucho más fáciles.
Por ejemplo, agradecen una de las estaciones del tranvía, que está muy cercana a la sede cultural porque permite la llegada de las personas.
De igual forma ellos también han hecho lo suyo: instalaron parqueaderos de bicicletas para quienes utilicen este medio de transporte amigable.
Dicen que el Pequeño Teatro es de todos, y por esta razón todos deben continuar trabajando y aportando para que siga creciendo y logre sostenerse muchos años más. Así los espectadores pueden seguir riendo, llorando y reflexionando en esa vieja casa del centro de la ciudad.
MATEO GARCÍA
Para EL TIEMPO