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Jorge Espinel, capitán del fin del mundo

Jorge Espinel, capitán del fin del mundo

Espinel fue capitán del ARC 20 de julio durante los tres meses de la expedición a la Antártica.

01 de marzo 2017 , 10:56 a. m.

Poco a poco los vamos coleccionando: nuestros capitanes antárticos de la Armada Nacional. El primero fue Camilo Segovia, a quien bauticé “Capitán de mar y hielo”. El segundo es Jorge Ricardo Espinel, a quien llamo “Capitán del fin del mundo”. Ambos comandaron el ya icónico buque ARC 20 de Julio, que regresa hoy a Cartagena, cargando a cuestas toda la experiencia de las millas náuticas acumuladas en el hielo y camino a él.

Como el Segundo al mando durante los tres meses de nuestra primera expedición en 2014-15, Jorge Espinel, hoy capitán de Navío, es ya todo un veterano oficial antártico. Conoce el buque al dedillo. Conoce el hielo bastante bien, aunque le sigue aprendiendo sus mañas. Conoce el cambiante clima antártico, aunque respeta su manera de traicionar al navegante.

Pero si Jorge Espinel conoce el hielo, más conoce el calor del Magdalena Medio y la indomable Costa Pacífica de todo el continente. Y si sabe de agua salada, igual sabe del agua dulce. Especialmente aquella de los ríos colombianos en los que tuvo que operar en algún momento de sus más de 25 años de carrera naval.

“Ese cambio de trabajar en una fragata misilera en mares abiertos como la Almirante Padilla, a comandar una patrullera de río en el Magdalena, es radical. Desde el tamaño de las embarcaciones hasta las diferencias en la electrónica, y las condiciones del mar abierto a las de estar rodeado de jungla tropical cerrada”. El comandante habla rápido y es generoso con su sonrisa, y eso automáticamente da tranquilidad y ganas de dialogar, por lo que nuestras conversaciones comienzan en la primera expedición y se extienden durante la segunda.

Ha sido divertido ver cambiar su medioambiente y la atmósfera que lo rodea. Cuando era el Segundo, su camarote estaba frente a la Cámara de Oficiales, y su trabajo era el de hacer la vida del comandante Segovia lo más suave posible. El Segundo es el pararrayos. El filtro. El que dice que no y el que responde por la seguridad, la comida, los permisos de todo, los requisitos medioambientales y los ejercicios de entrenamiento de emergencias, entre otras muchas tareas.

Hoy ese filtro es el capitán de Fragata Fernando Díaz Flores –muy probablemente el siguiente capitán antártico en la colección–. Y hoy, Espinel ocupa el más espacioso camarote del capitán, adyacente a la proa. Todo un orgullo para su padre, el mayor Carlos Espinel, un bogotano retirado de la Infantería de Marina y la razón por la cual Espinel nació en Cartagena y vivió en varias partes de Colombia.

Del Magdalena el joven oficial pasó a comandar un buque logístico de desembarco anfibio llevando aprovisionamiento a las bases del Pacífico y apoyando la Infantería de Marina en lugares tan climáticamente complejos como Bahía Solano y Juradó. “El Pacífico es una de las zonas más difíciles que tenemos nosotros. Cuando se dice llover es llover y todo se paraliza. Para uno y para el enemigo. Me acuerdo de una operación que hicimos, que duró como tres meses. Era más la gente que uno tenía que sacar por problemas médicos debidos al clima tan agreste. A los soldados se les dañaban los pies por hongos y no podían caminar”.

También le tocó la zona roja del golfo de Urabá en el río Atrato, una de tantas oleadas que retomaron el control de esa zona del país por allá en el 2003. Y luego, regresar al Magdalena dentro de las operaciones para evitar que la guerrilla se robara el combustible de los oleoductos.

En algún momento estuvo en la Escuela Naval estudiando Ingeniería Electrónica, y después se halló como edecán de la Marina para el presidente Álvaro Uribe, en el Palacio de Nariño. Allí aprendió cómo funcionan la política y la diplomacia. “Eso fue útil porque comparar la forma en que piensa un político y un militar me ayudó a la hora de poder direccionar cómo servir mejor a la Marina”. Uribe tenía tantas actividades, “visitaba hasta cinco ciudades en un solo día, que los cuatro edecanes no dábamos abasto para cubrirlo todo. Pero aprendí mucho sobre cómo se maneja un país”.

Sin duda también aprendió cómo se maneja un buque. En sus sentidos literal y figurado. Y cómo llegar a la Antártida con su gente de una pieza. La curva de aprendizaje de Colombia en los mares del frío ha sido alta, dice, pero vamos domándola poco a poco.

Mil ojos en el hielo

La gente del puente de mando, por ejemplo, tiene que tener mil ojos puestos en el radar, y en el horizonte más allá de la proa, y a los lados en los alerones del observador. Un descuido, una mala interpretación de las señales electrónicas, no anunciar a tiempo lo que viene, todo eso puede significar un casco malherido por un trozo de hielo, o cortado en dos como una barra de mantequilla. “El clima, la falta de oscuridad, las horas de guardia que son más intensas en la navegación polar, todo eso hace que el cuerpo no descanse igual y eso va haciendo mella en la capacidad de estar alerta. Pero el entrenamiento y la experiencia han funcionado”.

También funcionaron sus relaciones con los investigadores a bordo. Lo cierto es que Espinel hizo todo lo posible y más allá por acomodarse a los pedidos de los científicos y demás huéspedes civiles y pedigüeños en el 20 de Julio.

“Jorge logró tomar las medidas que garantizaron la seguridad de la tripulación y del buque, pero al mismo tiempo apoyando la realización de todas las actividades de investigación previstas, por lo cual fue fundamental para alcanzar el éxito del crucero”, me escribe en un correo el capitán de Navío, Ricardo Torres, jefe científico de la expedición y director del Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas. “Su experiencia profesional, capacidad náutica y cualidades personales encarnan el modelo del oficial naval, comandante de un buque de guerra”.

Al final, se trata de abrir camino en la Antártida para las nuevas generaciones de colombianos. Y la Armada Nacional, como todas las demás armadas internacionales que han llevado a sus países a este continente helado, ha forjado un lazo especial con la ciencia.

“Para mí es un orgullo compartir con un grupo de científicos que están haciendo algo por el país. Colaborarles para que logren sus objetivos. Demostrar que nosotros además de ser una Marina de guerra, también apoyamos al país en ciencia. Que los jóvenes sepan que en la Antártida existe algo muy importante que hay que conocer. Que hay mucho trabajo por hacer y aprender para entender la forma en que la Antártida nos influencia, y la manera de cuidarla y manejarla de forma que sea sostenible”.

De haberse convertido en comandante de un submarino, como era su sueño al principio cuando pasó los exámenes y cuando había menos cupos que aspirantes, Jorge Espinel no habría podido ser Capitán del Fin del Mundo. Y eso habría sido una lástima.

ÁNGELA POSADA-SWAFFORD*
*Periodista científica, acompañó las dos expediciones antárticas que Colombia ha llevado a cabo a bordo del ARC 20 de Julio.

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