La paradoja es bien conocida. Colombia, el país más cafetero y afamado, se queda con los peores granos de café. También es bien conocido que las últimas generaciones han despertado en el país una creciente cultura del consumo: ahora sí con los mejores granos y por medio del aprendizaje sobre los tipos de café y los modos de elaboración.
Lo nuevo es la dimensión del fenómeno. Desde que el Paisaje Cultural Cafetero fuera incluido en la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, en 2011, el llamado Eje Cafetero ha vivido una explosión de variedades, modos de producción y lugares para tomarlo.
Uno de esos lugares especiales para encontrar una buena bebida es el Café Mirador, en el corregimiento Altagracia, de Pereira. Cinco años atrás, Catalina Quintana y Alejandro Londoño lanzaron una búsqueda por los mejores granos que se cultivaban en la capital de Risaralda. La búsqueda dio frutos.
Hoy en día el Café Mirador sirve en la taza el grano que crece allí mismo en la ladera, a muy pocos metros del lugar en el que se construye una plataforma de altura, desde donde se divisan los nevados, el inmenso Valle del Cauca y, a lo lejos, las estribaciones de la Cordillera Occidental.
La variedad de este café fresco es el castillo-naranjal. Más o menos desde hace diez años, la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia promociona con fuerza estas semillas, por su resistencia a la roya.
Quizá esa sea otra de las novedades en el panorama del café colombiano: para escapar a las plagas, para adaptarse al cambio climático, los productores han reemplazado miles de las tradicionales matas de café y ahora la variedad arábiga escasea. Así lo explica Santiago Toro, un joven emprendedor que junto con su familia, desde la vereda El Mango, produce el exquisito café Monte Jazmín.
Para su elaboración, los Toro seleccionan los granos más finos, los de aquellos árboles dulces que crecen a fuego lento porque el sol no les pega directamente. Guamos y chachafrutos solían ser elementos para la producción tan importantes como la semilla, pues bajo sus ramas crecía el café que le ha valido a Colombia fama mundial.
Sortear los problemas del monocultivo, la deforestación y el aumento de la temperatura global son retos que tienen en frente los cafeteros del nuevo siglo.
Respetos para el señor Willys
No solo el café concentra la historia de toda esta región de volcanes y hondonadas abismales. Risaralda no sería Risaralda sin esas mulas de cuatro ruedas llamadas Willys.
Como el café, los Willys son una tradición que se hereda. Daniel Rueda recibió el suyo de su padre y este, a su vez, del abuelo. Transitando las rutas cafeteras desde 1954, nadie pone en duda la resistencia y versatilidad de su máquina.
No bastaba que diariamente este Jeep transportara más de una tonelada de café. Daniel quería más y por eso personalizó hasta el más mínimo detalle. El acelerador tiene forma de pie, el portar repuesto lleva luces halógenas y el capó luce triunfante la figura niquelada de una yegua. Y, como en las competencias equinas, los Willys más bellos son evaluados minuciosamente por jueces, expertos conocedores de este símbolo del Eje Cafetero.
La pequeña 4x4 blanca de la familia Rueda ha resultado ganadora en concursos de Pereira y Calarcá, en los que compite en modalidades como el ‘coroteo’ (transportar una mudanza típica), tradicional (transporte de café y plátano, el producto que es la caja menor de los cafeteros), agrícola y piques.
En esta última modalidad, los conductores aceleran a fondo y levantan la parte frontal de la camioneta con la fuerza de la tracción trasera. En la categoría agrícola, finalmente, se premia el mejor ‘yipao’ (palabra derivada de la marca Jeep) de productos diferentes al café y al plátano. “Un ‘yipao’ quiere decir un viaje completo”, explica Rueda desde el volante.
Es decir, que hay ‘yipaos’ de personas, bultos o animales. Lo importante es llevar una carga considerable y a bordo de este ícono de la arriería moderna.