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Democracia, ¿enemiga de sí misma?

Es necesario un candidato renovador para desprendernos del yugo de la politiquería y la demagogia.

Tienen razón encuestadoras como Cifras y Conceptos al negarse a realizar sondeos sobre preferencias por candidatos presidenciales, a partir de mayo del presente año, ante la avalancha de aspirantes, la mayoría de los cuales están allí para apuntalar otras aspiraciones, porque quieren en su hoja de vida el título de exprecandidato o los acompaña la intención de ver qué pescan en río revuelto. Esa pluralidad, que debiera aplaudirse como vigor democrático, no es más que la extensión de la atomización y del desorden de los partidos en Colombia que tanto daño le hacen a la democracia. Partidos que para sobrevivir entran en el juego perverso de mencionar o alentar todo tipo de nombres y candidaturas, a ver quién les coge la caña, pero que nada tienen que ver con la credibilidad y consistencia que se necesitan para liderar un país que espera romper el círculo vicioso de la politiquería y la corrupción.
Cabría preguntarse: ¿será que la misma seriedad de la propuesta de reforma política del ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, tiene su precandidatura a la presidencia de la República? Un precandidato que, como dice un parlamentario en una nota de ‘El Espectador’ del domingo pasado (19/2/2017) “nunca asumió su papel de ministro a fondo, era como un senador más. Nunca asumió ningún liderazgo político y se dedicó a trabajar más en sus intenciones electorales”. Un ministro que saca de la chistera una propuesta de reforma para cambiar las reglas electorales apenas un año antes de las elecciones, cuando el Gobierno tiene una agenda congestionada para implementar los acuerdos de paz, no ha sido capaz de incluir nada sustantivo en el proyecto de estatuto de oposición, no ha redactado nada de su propia propuesta y sale con el argumento de que “quiere abrir el debate, que están mirando propuestas que generen consenso”, el mismo argumento de la fracasada reforma política de 2014-2015 que le correspondía defender y de la que no sacó nada. Toda una cortina de humo.
De la misma forma, ¿cómo es posible que el ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri, que se gastó el mayor presupuesto de la historia de su cartera, que hacía frecuentes anuncios de revolcón, pero con raquíticos resultados de crecimiento del PIB del sector esté también todavía con la idea de aspirar a la presidencia? Un ministro que ha querido pasar de agache en el irregular préstamo de 120.000 millones a Navelena, cuando, según testigos del consejo de su gabinete, decía que quería poner a Francisco Solano como presidente del Banco Agrario porque hacía lo que él quería, o que se prestara para motos o peluquerías, pero que mejorara el índice de colocación.
Claro que el país necesita la consolidación de una coalición de fuerzas para derrotar la corrupción, con un líder ‘a prueba de balas’ que ilusione y ponga a soñar, pero esa proliferación de precandidaturas sin arraigo, soportadas en los cálculos de dos o tres parlamentarios, le hacen daño a las posibilidades de concentrar las miradas y cribar un liderazgo para los nuevos tiempos. Pueden ser muy respetables, pero acaso alguien más que el senador Horacio Serpa y más allá de Buenaventura creen seriamente que este país debe ser liderado por el senador Edinson Delgado. Incluso habría que preguntarse, cuáles han sido las batallas y las denodadas luchas del senador Juan Manuel Galán para aspirar al solio de Bolívar.
A pesar de que somos miles y millones de colombianos los que tenemos la ilusión de la emergencia de un líder y un momento histórico de ruptura con la politiquería y la corrupción, como aquel que llevó a Antanas Mockus a la Alcaldía de Bogotá en octubre de 1994, no podemos ser ingenuos. El sistema político que hemos diseñado es tan pérfido que antes que alentar las coaliciones las desestimula, por lo que será casi imposible que antes de las elecciones de marzo e incluso de la primera vuelta de mayo del próximo año, se forje una creíble que le apueste al cambio. De ahí para allá los cálculos ya son simplemente electorales y una segunda vuelta lo que incentiva es una reedición de la polarización que ya hemos vivido. Nos queda entonces la esperanza de que un candidato renovador y con suficiente credibilidad y consistencia pique en punta para que los ciudadanos tengamos la oportunidad de desprendernos del yugo de la politiquería y la demagogia.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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