Cada día que pasa crece el prestigio de la obra del mexicano Juan Rulfo. Se trata de una obra breve, compuesta por tres textos maestros que han conservado una enorme popularidad: el volumen de cuentos ‘El llano en llamas’ (1953), la novela ‘Pedro Páramo’ (1955) y el relato largo ‘El gallo de oro’ (1980). Si es cierto que la literatura es un vaivén y un equilibrio entre el lenguaje popular y el poético, si es una manera de hacer en el lenguaje de todos los días hallazgos que nos expliquen la experiencia en la Tierra, entonces pocos escritores en el mundo han alcanzado la lucidez de Rulfo.
Para la muestra, un fragmento de ‘El llano en llamas’: “Tengo paciencia y tú no la tienes, así que esa es mi ventaja. Tengo mi corazón que resbala y da vueltas en su propia sangre, y el tuyo esta desbaratado, revenido y lleno de pudrición”.
Es conocido el testimonio de García Márquez sobre ‘Pedro Páramo’: “Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘¡Lea esta vaina, carajo, para que aprenda!’. Era ‘Pedro Páramo’. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la ‘Metamorfosis’, de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá –casi diez años atrás–, había sufrido una conmoción semejante”.
Se están celebrando los 100 años del nacimiento de Rulfo –16 de mayo de 1917, en Sayula, Jalisco– porque se trata de uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX, uno de los grandes de la Historia. Rulfo se repuso a la pérdida de sus padres cuando era muy niño, y a la vida en el orfanatorio, para convertirse en un cuentista que recorría su país como funcionario, en un fotógrafo que descubrió rincones de su realidad, en un guionista animado por el cineasta Emilio ‘el Indio’ Fernández.
Rulfo dejó la escritura porque la sufría demasiado, pero alguna vez le echó la culpa a la muerte del tío que “le platicaba todo”. Es una lástima que no haya escrito más, pero su pequeña obra es una proeza.
EL TIEMPO