Sorprendió que la semana pasada fuera el propio Humberto de la Calle el que hubiera saltado raudo a los medios a defender al presidente Santos, como fiel Sancho, de unas referencias desobligantes que hizo el expresidente Pastrana en el programa de Vicky en La W, sobre la época en que lo nombró como ministro de Hacienda de su gobierno. Según Pastrana, Santos le pidió insistentemente el puesto. Según De la Calle, él y una comisión de notables fueron a ofrecérselo. Normalmente, salvar la dignidad del Presidente es labor de sus ministros. Pero en este caso fue De la Calle. ¿Agradecido? ¿Esperanzado?
Estoy segura de que el día en que este proceso comenzó –aniversario que celebramos el viernes pasado– hace cinco años, cuando este se encontraba en sus cuarteles de invierno como comentarista radial y de allá lo sacó el Presidente para hacerle este encargo, De la Calle lo aceptó con patriotismo y con muchas agallas, por la poca certeza de llegar a buen puerto.
Hoy, cinco años después, el negociador jefe del Gobierno quiere ser candidato. Pero su aspiración descubre el ingrediente innecesario y ojalá de interpretación injusta de un aprovechamiento político del proceso, que no me parece acorde con la dignidad de De la Calle.
Las dudas las generó él mismo desde un reportaje que concedió a EL TIEMPO en el que dejó vislumbrar las posibilidades de sus aspiraciones presidenciales como un desenlace obvio de los acuerdos de paz.
En él nos dejó entender que su candidatura viene de la paz y que, por lo tanto, es la paz la que debe abrir esas aspiraciones porque para que exista y subsista, la paz necesita que él sea el Presidente.
De ahí surge una imbricación que no le es favorable a De la Calle, entre el interés general que sin duda representaba como negociador en La Habana y el interés particular que pudo haberle surgido en algún punto de ese proceso, no sabemos cuándo.
Las negociaciones con las Farc incluyeron concesiones que muchos consideran exorbitantes –como la de que los asesinos y secuestradores puedan hacer política–; hubo condescendencias desmedidas –hoy, los narcotraficantes ya no tienen que demostrar su inocencia para salvarse de la cárcel y de la extradición, sino que les basta decir que fueron de las Farc para quedar en libertad–. Todo ello y mucho más se les entregó para la fluidez del acuerdo. Si esas concesiones eran vitales para hacer viable el proceso, es una cosa. Pero inevitablemente, hoy también aparecen empedrando el camino de la candidatura presidencial de su negociador. El hecho es este: sin ellas no habría habido acuerdo. Y sin acuerdo, no habría candidatura.
Hoy, el Presidente y su negociador quieren blindar el proceso durante tres futuros gobiernos de Colombia para que sea un tema intocable. Eso indica su gran fragilidad.
Se abrió esa caja de Pandora del ‘fast track’. En el futuro resultará facilísimo de activar, ahora que tenemos la fórmula. Con razón temen que el acuerdo con las Farc caiga bajo este mismo camino exprés que, no nos digamos mentiras, será una tentación para todo futuro presidente, ni siquiera para tumbar la paz, sino para aprobar cualquier tema que se le ocurra implementar y para el cual el Congreso sea un estorbo.
Por eso, De la Calle dice que este es un acuerdo de Estado. Y quiere ser candidato para defender su teoría. Pero, tristemente, hoy es solo un acuerdo de gobierno.
Y así como no creo de ninguna manera que De la Calle llevara en la cabeza sus aspiraciones presidenciales cuando aceptó el papel de jefe negociador de las Farc, hoy no tengo duda de que él sí cree que los resultados lo hacen merecedor de ese premio: su candidatura presidencial. De la paz, para la paz, por la paz.
No sé. Algo me incomoda profundamente de esa ecuación. Preferiría que De la Calle sublimice su carrera política como prohombre. Porque como candidato presidencial, su ambición arroja demasiadas suspicacias sobre unas concesiones que, según asegura, eran vitales para “el mejor acuerdo posible”, sobre el cual empina hoy su candidatura.
Entre tanto... La ceremonia de los Premios Óscar de este domingo en la noche será una de las más políticas de la historia. Imposible que Hollywood desperdicie la oportunidad para ponerle los puntos sobre las íes con gran imaginación a Donald Trump.
MARÍA ISABEL RUEDA