La frase de Enrique Peñalosa en su cartilla de balance de fin de año bien podría resumir al alcalde al que la revista ‘Semana’ bautizó como ‘el incomprendido’. Pero, sobre todo, da luces de por qué el mandatario se debate a diario entre la Bogotá que sueña y la que le toca gobernar; la que planea a largo plazo y la que no da espera; la del río con alamedas y la del atasco permanente.
La frase dice así: “Más allá de resolver los problemas urgentes, tenemos proyectos ambiciosos para nuestra Bogotá”. Y esto, a mi juicio, lo mantiene aún alejado de un porcentaje de ciudadanos que no son los de la revocatoria, sino, incluso, muchos de quienes votaron por él: insistir en el “vamos a hacer” cuando la consigna de la gente es “quiero ver”.
Peñalosa fue elegido –y lo advertí aquí– con la clara expectativa de salvar a la ciudad del desastre de los gobiernos de izquierda que lo antecedieron, como pregonaban algunos en campaña. El atraso en infraestructura, los fenómenos de inseguridad, el meollo de la movilidad, el desgreño en varias entidades, la sensación de estar a la deriva sin que la ciudad fuera admirada por nada en particular, mientras otras avanzaban, alimentaron ese sentimiento de cambio.
Por eso eligieron a Peñalosa: para que resolviera los problemas sin pausa, es decir, para que la gente no se demorara más en el transporte público, ni sintiera más miedo en la calle, ni fuera víctima del robo de sus bicicletas ni estuviera más tiempo desempleada; lo eligieron para que aliviara la contaminación, los trancones, el caos de las motos, las filas en los hospitales, para que metiera en cintura a los vecinos ruidosos, a los expendedores de droga, para que tapara huecos.
Porque son estos los temas del día a día del ciudadano, los que lo desesperan y no le dejan creer en nada ni en nadie. Los que lo hacen sentirse poco orgulloso de Bogotá. Ese ciudadano solo quiere salir de casa, sobrevivir a todo y volver sin novedad. Y ese mismo ciudadano quiere que todo se resuelva ya. No da espera, pues bastante ha esperado. Y para conseguirlo, se apoya en esa nueva herramienta con que cuenta hoy: el celular, a través del cual expresa su inconformismo de múltiples maneras: con fotos, videos, frases virulentas, reflexiones apasionadas y tufillo de denuncia.
Atender estos requerimientos sería fácil si esa misma ciudadanía hiciera su parte. La mitad de los problemas descritos se resuelven con cultura ciudadana, y la otra mitad, con obras. Algunas se pueden hacer en el mediano plazo, otras tomarán años, y también están las que no lucen prioritarias hoy pero serán fundamentales mañana.
Lo claro es que los tiempos del Alcalde parecieran no ser los mismos de la gente. Eso es lo que deja traslucir la frase de la cartilla: que mientras la ciudad del mandatario se construye a un ritmo de 15 y 20 años, como lo demanda hoy la humanidad, la de la gente se cimienta todos los días, las 24 horas. ¿Hay cómo conciliar esas dos miradas? Claro que sí, pero no es fácil.
La Administración debe reconquistar la ciudad. Y debe hacerlo con acciones grandes o pequeñas pero de alto impacto. Lo demostró con la toma del ‘Bronx’, con la avenida Boyacá sin huecos, al haber reducido el hacinamiento hospitalario y hasta con la iluminación navideña, donde todos rememoramos la Bogotá de la que podíamos presumir. Y hay muchas más que por alguna razón no trascienden.
Pero insisto en que no es fácil. Y no solo porque los opositores tengan afinada su maquinaria preelectoral, sino porque se necesita que la gente vuelva a confiar y a ser optimista, dos sentimientos que se han devaluado bastante en los últimos años. Cuando recuperemos eso, otra será la suerte de la capital.
En segundo lugar, porque tal y como están las cosas, lo urgente no da tiempo a lo importante. Y lo importante es planear bien una ciudad para no repetir errores, para no ser cortoplacistas; planear para no hacer ciudades con el único propósito de darle gusto a la galería sino para vivir bien en ellas.
Y tercero: no es fácil conquistar a la ciudad si el Alcalde mantiene sus salidas en falso. Las frases desafortunadas que ha expresado le han costado más que haber cambiado el metro. Esas expresiones se convierten en fenómenos mediáticos que se amparan en la sátira, la burla y el anonimato para desviar la atención de lo importante y hacer relucir lo baladí. Eso, Alcalde, se llaman ‘memes’. Y hacen daño. Y no existían en su primer gobierno, pero existen ahora.
Vivir al ritmo de la gente, hallar un asomo de solución a lo urgente sin abandonar la mirada en el futuro podría ser la combinación ideal. Eso y no meterse en la agenda de los debates ajenos, sino en los que plantea la gente en la calle.
El día en que se reabra la 94, empiece a funcionar el cable de Ciudad Bolívar o se logre aliviar el entuerto del SITP, el ánimo de la gente cambiará. Ahora, todo ello demanda paciencia, que tampoco hay.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe de EL TIEMPO
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