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Los emprendedores

Llámenme romántico, pero si alguien no puede explicar en un renglón a qué se dedica, está robando.

Hay que hacer algo con los emprendedores. Con los emprendedores de fachada, quiero decir. Hace unos meses me llamó alguien a decir que era el asistente del “Ci I Ou” de alguna vaina y que me invitaba al cumpleaños de su jefe. Le contesté que no alcanzaba y que le dijera a su jefe que la próxima vez me llamara él directamente, que bastante nos conocemos como para darse ínfulas conmigo.
Porque hasta donde yo sé, el personaje en cuestión no es CEO de nada, tiene más bien una de esas oficinas creativas que venden algo que ni idea, porque le he oído el cuento muchas veces, y aún no se lo entiendo. Estamos llenos de personajes que arman un discurso diseñado para que no lo entendamos, no hagamos preguntas para no sentirnos brutos y así poder cobrar de más. También usan muchos términos en inglés como 'networking', 'startup', 'feedback' y 'bonding' con el fin de enredar más el asunto. Llámenme romántico, pero si alguien no puede explicar en un renglón a qué se dedica en la vida, está robando.
A mí me sorprende que haya gente que se presente a sí misma como emprendedora, se la pase organizando charlas y pueda vivir de eso. Porque bastante hablan, pero no hay mucho resultado que respalde sus palabras. A mí que me cuente Bill Gates cómo llegó a ser el hombre más rico del mundo o, así no nos guste, Uldarico Peña qué hizo para organizar a los taxistas de Bogotá hasta convertirlos en el gremio poderoso que es hoy. Emprendedores, Amancio Ortega, Steve Jobs y Cristóbal Colón, que en una época cuando poco se sabía del mundo agarró tres barcos a ver qué pasaba.
Yo no es que sepa mucho del tema de descrestar con un emprendimiento porque me dedico es a poner una palabra por delante de otra y eso, además de estar inventado hace rato, no tiene ningún misterio y está mal remunerado. Sin embargo, el otro día leí un artículo que parecía serio y afirmaba que para salir adelante Colombia debía bajarle a la explotación de sus recursos naturales y subirle a la generación de ideas, y que más que emprendedores necesitábamos innovadores.
O sea, esos que se dedican al 'coaching' o montan una marca de vestidos de baño encontraron algo para vivir, pero no es que aporten algo novedoso. Podrán venderse como emprendedores, pero no están cambiando el mundo, al menos no en la forma en que ellos creen. Se disfrazan de exitosos, se la pasan en eventos, acumulan reconocimientos que no valen ni el papel en el que fueron impresos, están obsesionados con lo viral y se toman fotos con exitosos reconocidos, tipo Richard Branson, a ver si algo se les pega. Son emprendedores de selfie, pero no son ellos quienes nos van a sacar de pobres.
Los verdaderos emprendedores no dan charlas. Viven de trabajar, no de aparecer en conferencias porque la economía se saca adelante con ideas, dedicación y números, no repitiendo frases motivadoras sacadas de internet. Por eso, y porque nuestro gobierno pareciera odiar a los que se arriesgan, es tan difícil hacer empresa en este país, pero empresas de verdad, esas que producen objetos y servicios que le sirven a la gente. Quien monta una de esas se vuelve un perseguido por una serie de trabas y tributos de los que solo se libra cerrando o sacándola del estadio.
En vez de velársela a los que forman empresa y no se venden como adalides del emprendimiento, el Gobierno debería hacerles la vida imposible a quienes viven del verso. Que existan, no hay lío, pero que el precio por robar de labia sea pagar impuestos salvajes. Aunque, claro, debe ser difícil, aun para un gobierno tan inventivo a la hora de sacarles dinero a sus ciudadanos como el nuestro, crear un impuesto exclusivo para los vendedores de humo.
Adolfo Zableh Durán
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