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Un toro bravo de fin de fiesta / Opinión

Antonio Caballero habla sobre la última corrida de la temporada taurina en Bogotá.

ANTONIO CABALLERO
Aunque el antitaurino alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, saltó a exculparlos de entrada, mucha gente creyó a los antitaurinos militantes capaces de haber hecho estallar junto a la Santamaría un petardo que hirió a treinta personas. Y en consecuencia no fue a los toros, por miedo a más agresiones. Tendidos vacíos bajo una tremebunda nube negra como el carbón, que al final de la corrida soltó unas pocas gotas de amenaza. Y no hubo más. Pero hubo toros.
Toros muy serios los seis de Santa Bárbara, algunos aplaudidos de salida, y el primero –aunque rajado– premiado con la vuelta al ruedo. Uno manso, el quinto, único negro bragado entre cinco castaños requemados. Bien armados todos. Bravucón el cuarto, que derribó al picador Clovis empujando al caballo a lo largo de la barrera con el poderío imparable de un buque rompehielos. Y el sexto bravo, y sobre todo noble, último toro de la temporada, un colorado encendido al que Ramsés le cortó las dos orejas al cabo de una larga y elegante faena muy templada en el platillo del ruedo.
Le faltó en cambio a Ramsés poder en su primer toro, un fuerte castaño que rompió plaza con la borla del rabo al viento, y pareció franco en el capote. Pero después desarrolló sentido y buscó herir, revolviéndose rápido y, como se dice en la jerga taurina, “sabiendo lo que dejaba atrás”: el cuerpo del torero.
Bien estuvo Sebastián Vargas en sus dos toros. Con el primero, un torazo colorado de ancha cuerna veleta, se vio muy vistoso y variado con el capote. Pero tal vez lo fatigó demasiado en las galopadas de un largo tercio de banderillas, y a la muleta llegó parado, tardeando, y rajado al final, buscando el amparo de las tablas. La gente pidió la oreja, que el presidente no dio. El cuarto, el ya mencionado bravucón, acabó también parado. Vargas lo mató de una muy buena estocada.
Cristóbal Pardo no tuvo una buena tarde, y pareció ausente y sin ideas, además de que le tocaron los dos toros menos propicios del encierro. El segundo, desordenado e incierto, siempre con la cara arriba y cabeceando. Pardo no pudo dominarlo con muletazos también desordenados e inciertos. Y el quinto manso, con el que no supo entenderse.
Banderilleó, pero mal. Un matador de toros no está obligado a hacerlo, y si lo intenta es para dar un gran espectáculo. Pardo no debería. Que pongan banderillas los subalternos, tal como lo hicieron este domingo, magníficamente, Santana y Garrido. 
ANTONIO CABALLERO
Especial para EL TIEMPO
ANTONIO CABALLERO
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