Escolarizar a todos los chicos de primaria y secundaria de las naciones menos favorecidas del mundo costará 340.000 millones de dólares al año entre 2015 y 2030.
Pero faltan 39.000 millones anuales. No aparecen. Sin embargo, si el planeta –sostiene la Unesco– detuviera su gasto militar durante solo ocho días, lograría cerrar esa ausencia.
Ni lo sentiría la maquinaria de una industria que se parapeta tras 1,7 billones de dólares al año. Vana espera. La educación debe aguardar su destino entre los viejos encerados de pizarra y polvo de tiza blanca y las vanguardistas pantallas digitales; entre el pasado y el futuro.
Ese porvenir, tan difícil de leer, es el que relata un minucioso trabajo de Bank of America Merrill Lynch.
Por él se descubre que invertir en educación resulta más rentable que hacerlo en bolsa, que un dólar destinado a las aulas produce un retorno de diez y que si desapareciera la desigualdad entre hombres y mujeres, la riqueza del globo aumentaría hasta en 28 billones de dólares.
Pero el pasar de esas páginas también revela que la disrupción tecnológica alumbra un nuevo sector que enhebra educación y tecnología. Es el ecosistema EdTech, y de él se esperan 252.000 millones de dólares durante 2020.