Era una noche oscura. Francisco el Hombre volvía a su casa tocando su acordeón y cantando. Y alguien respondía a su melodía. Cada uno de sus versos era contestado por un misterioso personaje. Ese oscuro contendor hacía sentir a Francisco perdido en lo que se convirtió en un duelo entre los dos. Francisco fue astuto. Reconoció a su contrincante y supo que frente a él, con su acordeón y versos, los mejores elegidos, los del credo al revés, triunfarían. Fue así como Francisco venció.
Él nos da una lección. Frente al oponente oscuro, alegría y seguridad. Frente a la oscuridad, luz. Frente a la maldad, fe.
Hoy recuerdo la leyenda de Francisco el Hombre, al tiempo que pienso en el cañón de las Hermosas, en la belleza de Caño Cristales y en una ‘arepaehuevo’ en los Montes de María. Todos, destinos inalcanzables hasta hace solo unos meses. Eran zonas de altísimo riesgo como consecuencia del conflicto con las Farc.
Sin embargo, esta paz, que deberíamos estar celebrando, pasa desapercibida porque pareciera que el guerrerismo es innato en los colombianos. Las Farc han dejado de existir; no obstante, el espejismo de la guerra no nos suelta.
La consigna de algunos líderes políticos es perseguir al opositor como enemigo hasta acabarlo, utilizando todas las “formas de lucha” que antes criticaban: odio, mentiras, venganza y hasta amenazas. Este comportamiento muchas veces es sinónimo de una patente de corso para que en la vida diaria algunos piensen que si ‘el líder’ lo hace, pueden proceder de igual forma. Pero resulta que en la realidad, esos supuestos líderes no lo son. Son falsas luces, incapaces de iluminar a los demás. Su ferocidad confunde a algunos y eclipsa las buenas obras, pero ni puede confundir a todos ni tapará el sol con las manos.
¿Cómo contrarrestar estas fuerzas oscuras y dañinas? En palabras simples: el mal no se combate con mal, sino con bien. Lo instintivo de la naturaleza animal que tiene el hombre es “devolver con la misma moneda”: ojo por ojo, diente por diente. Pero este comportamiento es basado en el miedo, el peor y más común de los consejeros, porque termina desatando una epidemia de odios y venganzas. Hoy, ya hay muchos colombianos valientes, sin temores, que saben que pueden aportar luz propia y dejar de lado este encuentro con la sombra que tanto daño nos ha causado.
Colombia merece la paz, la que hemos alcanzado con las Farc, que ya produce resultados que no se pueden opacar por la envidia de unos cuantos. También merecemos la paz que pueden traer líderes capaces de iluminar al país, de trascender y transformar la destrucción en la que nos hemos sumido, esa paz que nos permita ver y trabajar sobre los grandes retos que aún tenemos como nación: pobreza, desigualdad y falta de oportunidades.
Con la fe de Francisco el Hombre, comienzan a alzarse las voces que piden libertad, que quieren dejar de ser esclavas de la guerra, del odio y la venganza. A los colombianos no nos puede unir la sombra, sino la luz que de cada uno emane y logre llegar a un líder que realmente la merezca y nos merezca, con luz propia, sin robarse la ajena, porque el robo no permite iluminar a los demás. El buen líder no es el que más se defiende ni tampoco el que más ataca; es, en cambio, quien con su ejemplo en lo público y en lo privado nos guía por un camino ético para ser mejores seres humanos.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA