En principio parecería un caso como de Ripley, pero no. Es un hecho de la vida real. Se trata de que San Marta, con la sierra nevada como su sombra tutelar, tiene serios y viejos problemas de agua potable.
La capital del Magdalena, con casi medio millón de habitantes, con la histórica quinta de San Pedro Alejandrino y sus playas, a las que van en temporada alta miles de colombianos, sufre de nuevo por el precioso líquido y por problemas de alcantarillado.
Pero, sobre todo, la escasez la padecen los samarios de los barrios populares, donde en ocasiones el agua de la llave llega solo durante 40 minutos por semana, con el agravante de que deben invertir en botellones y comprarla a carrotanques. Tales opciones jamás cumplirán las comodidades ni las condiciones de salubridad que las aguas tratadas del grifo.
El asunto tiene detrás una larga pelea entre las últimas administraciones locales y la empresa Metroagua, que durante 25 años ha manejado el servicio de acueducto y alcantarillado de la ciudad con base en un contrato de arrendamiento firmado en 1991 y que ha tenido varios otrosíes. Quienes saben del asunto afirman que el problema de fondo es el rápido crecimiento poblacional, acentuado por el desplazamiento causado por la violencia y la falta de oportunidades, junto con el agotamiento de los afluentes provenientes de la sierra.
Por ahora, la polémica se ha centrado en la empresa. El pasado miércoles, una jueza falló una acción popular interpuesta por el exalcalde Carlos Caicedo, respaldada por 230.068 firmas. La determinación ordena que Metroagua entregue la infraestructura y los bienes inmuebles al Distrito.
Es legítimo que la administración recupere el manejo del líquido aunque hay problemas que no se pueden soslayar, como el aumento observado en la demanda de este y la rápida urbanización. Por tal razón, lo importante aquí es que se encuentre una solución que mantenga la politiquería a raya y, al mismo tiempo, permita que se supere el atraso en redes y fuentes de suministro. Santa Marta merece un acueducto decente.
editorial@eltiempo.com