En el universo argumental de los zombis se ha dicho casi todo...
Por eso cuando Netflix anunció la serie ‘Santa Clarita Diet’ (ya se encuentra en su plataforma) hubo una atención exagerada a este experimento, protagonizado por Drew Barrymore, en el que la vida de un ama de casa estadounidense sufre un cambio radical al convertirse en una caníbal violenta que trata de vivir al mismo tiempo su irritante cuento de hadas casero.
Precisamente, en los pasillos del edifico Hudson Mercantiles de Nueva York, donde se llevó a cabo una serie de paneles de producciones de la plataforma de contenidos televisivos, las opiniones se dividieron tajantemente entre ser considerada lo máximo y recibir también el calificativo de asquerosa. La verdad es que la receta de esta dieta es ambas cosas. Es genial en su deseo de romper lazos con ciertos lugares comunes de algunos subgéneros y de tratar de asumir el impactante derecho de arrastrarse contra todo. De ahí el vómito, la sangre, la actuación retorcida y bobalicona de esa sociedad que vive en ciertos suburbios y condiciones. Un festín para ciertos renegados a lo correcto y los que sonríen abiertamente con lo que a otros les produce una tos de repulsión.
Sin embargo, tiene a su vez algo que no cala en su receta.
Tal vez una cocción argumental disfrazada de plato exótico, pero con un trabajo más en el estilo de la comida rápida. Además, Drew Barrymore se burla de sí misma y, a veces, las ganas de ser tan espeluznante no queda bien en una maraña de diálogos que escapan de lo soso cuando dan paso a la violencia.
Claro, no todos la toleran y por ende es difícil su asimilación, pero siendo justos hay que decir que es una serie con una huella fea que no pasa inadvertida.
Un cocido televisivo osado en su presentación, aunque con poco condimento real, pero, ¿quién no ha comido el equivalente a basura y al final ha saciado el hambre?
ANDRÉS HOYOS VARGAS
Cultura y Entretenimiento