Por estos días se oyen frecuentes quejas sobre el inusual calor. El asunto es más serio de lo que se cree. El sistema de salud del país debe tomar atenta nota del episodio climático vivido esta semana en Bogotá y algunas otras ciudades, y emprender cuanto antes el diseño de políticas de prevención que faciliten a las poblaciones adaptarse a estos nuevos sucesos.
Estos serán cada vez más frecuentes debido a las variabilidades extremas del clima y a los efectos del calentamiento global, que ya se observan en muchos otros factores, como lo ha corroborado la ciencia por medio del Panel Intergubernamental de científicos sobre el cambio climático, de las Naciones Unidas.
Se trata del fenómeno global más preocupante de nuestra era. Negarlo a estas alturas es negar a la ciencia. En Bogotá, donde hasta hace poco el abrigo grueso y los guantes de lana eran prendas de rigor, las temperaturas alcanzaron los 26 °C, superando los promedios históricos. Este hecho, relacionado con el régimen de vientos y el vapor de agua en las nubes, como ha explicado el Ideam, debe interpretarse en el contexto de la problemática sistémica que lo incluye: el cambio global.
En otras poblaciones se han vivido casos similares, pero no se conocen adecuadamente los registros que las olas de calor han producido en los habitantes más vulnerables, como los adultos mayores, los niños en estado de desnutrición o quienes viven expuestos a las altas temperaturas a raíz de los oficios que desempeñan.
Es oportuno recordar que durante la pasada ola de calor en Pakistán, en el 2015, murieron allí más de 1.200 personas. Karachi, el centro financiero de este país, fue la ciudad más golpeada; sus hospitales tuvieron que atender más de 80.000 casos de deshidratación y factores conexos, y en un solo día de aquel año de crisis murieron más de 600 personas. Durante estas altas temperaturas, las gentes perecen como consecuencia de descompensaciones sistémicas en el organismo que suceden cuando el cuerpo pierde su capacidad natural de regular las temperaturas.
La Universidad Nacional ha hecho estudios sobre las llamadas ‘islas de calor’ en Bogotá, espacios determinados de nuestro extenso territorio donde habitualmente se dan altas temperaturas. La ola de calor de esta semana debería servir también para que se incluya esta nueva realidad en los planes de adaptación distrital al cambio climático. Y para que, en el nivel nacional, se revisen los planes de ordenamiento territorial, teniendo en cuenta que estos necesitan mejorar su resiliencia al calor, porque fenómenos como la alarmante deforestación que hoy registramos, el deterioro de las fuentes de agua y las desviaciones ilegales de los ríos están relacionados con esta pérdida de la resiliencia al calor que vendrá.
Hay que despertar conciencia. Según datos recientes de la OMS, el cambio climático cobra miles de vidas cada año, como consecuencia, entre otros factores, de elevadas temperaturas. Y los datos alarman. Se prevé que entre el 2030 y el 2050 cause 250.000 muertes anuales. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-21), celebrada en París, acordó medidas para frenar este fenómeno. Y Colombia aún no ha ratificado este acuerdo.
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