Miedo y confusión, crispación, polarización y conflicto proliferan. Se insinúa una transición mundial con profundos cambios geoeconómicos y geopolíticos, pero el sistema multilateral de la región poco ayuda a procesarla. Sin espacios para tramitar la mutación global, la incertidumbre puede transformarse en turbulencia.
Los nubarrones son múltiples. En Europa revive el nacionalismo xenofóbico y racista, que debilita la democracia y pone en peligro a la misma Unión Europea. Ya se manifestó en el brexit en Gran Bretaña y se muestra en el incremento de la extrema derecha ultraconservadora en Francia, Holanda, Alemania, Italia, Austria, Grecia, Suecia...
Trump –señala Juan Tokatlián en El Clarín– impulsa una primacía “ofuscada y prepotente” que perfila múltiples conflictos de potencial devastador. Estados Unidos se convierte así en el mayor promotor de inestabilidad mundial, no obstante haber sido el gran arquitecto, el mayor beneficiario del ordenamiento liberal forjado después de la Segunda Guerra Mundial, y el primus inter pares entre las potencias. En vez de la laicidad del Estado, Trump reafirma el choque de religiones; se aferra a un enfoque soberanista; a cambio de un balance del poder mundial, busca un peligroso desequilibrio en favor solo de su país y ni siquiera de Occidente en su conjunto; amplía brechas interestatales, desvaloriza la diplomacia en aras de un músculo coercitivo, militar y pendenciero, y está dispuesto a pelearse con socios, aliados y adversarios.
Ante esta transición internacional y los peligros que entraña, la región se encuentra paralizada. Una extrema polarización afecta por doquier, desde Venezuela –el país con la mayor crisis, que destruye sus opciones de salida electoral– hasta Colombia –en donde la esperanzadora ruta que promete el fin de la guerra y los urgentes cambios represados por décadas se encuentra amenazada–. Y la polarización conduce al inmovilismo.
La V cumbre de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), que acaba de terminar, mostró el alto grado de fragmentación y parálisis regional. Cuando más compromiso se requiere para reconstruir procesos de concertación, de los 33 países miembros de la Celac solo llegaron a la cumbre 12 mandatarios: el de República Dominicana como anfitrión, el de El Salvador, que recibía la presidencia pro tempore, y los socios de la Alianza Bolivariana (Alba) –Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Dominica, Antigua y Barbuda, Haití (observador)–, más Jamaica y Guyana.
Al comenzar el evento, un tercio de los presidentes anunció que “por motivos de agenda interna” no podían llegar. Entre los que redujeron su representación estaban Brasil y México, el cual se limitó a pedir a la Celac una declaración sobre migración segura y otra sobre armas nucleares. En los 28 temas enunciados en 71 puntos del mensaje final y en 20 declaraciones especiales, los gobiernos solo reiteraron generalidades. Hay alusiones al proteccionismo, a muros, xenofobia o estigmatización de migrantes, pero no reflexión sobre el remezón en curso.
Cada gobierno marcha por su lado. El Alba, en lo suyo. Algunos tratan de concretar algo con China o Rusia. Peña Nieto evita confrontar a Trump, dice que mirará a Europa, Asia y Suramérica. Para Temer, la tensión Estados Unidos-México puede servirle a Brasil, y con Macri habla de incluir a México en Mercosur. Santos y Kuczynski proponen una cumbre virtual de la Alianza del Pacífico.
En unos casos las ideologías y en otros los intereses comerciales impiden una verdadera integración regional que lleve a una acción conjunta y mejore los vínculos con Asia y la Unión Europea. Mientras tanto, en la Celac la retórica encubre los desacuerdos.
Socorro Ramírez