Al sabor de un par de caipirinhas, en el hotel Santa Clara de Cartagena, que acogió a la delegación francesa de invitados al pasado Hay Festival, tuve el honor de conversar con Boris Cirulnik en torno de los aportes que la noción de resiliencia puede ofrecer a la escritura de un nuevo relato social en Colombia. Estos fueron algunos trazos de esa conversación.
Fabián Sanabria: Acabo de escuchar, Boris Cyrulnik, a una magnífica escritora, Maylis de Kerangal, quien nos hablaba de su novela ‘Reparar a los vivos’, en el sentido de que hay un gesto profundamente humano para ella –nacida en Tolón, la frontera oeste de la Costa Azul, donde usted trabaja–, que puede hacer el arte y, particularmente, la literatura: “Reparar lo que queda y desprivatizar lo más íntimo, ofreciéndoselo a lo colectivo, a la sociedad”. ¿Qué piensa de eso?
Bueno, con la creación literaria y, especialmente con la literatura, ocurre como con la memoria y el olvido… No hay literatura sin pérdida. A quien escribe le falta algo. La función de la literatura es reparar. (Lea también: 'Si un país está en paz, la gente adquiere un mayor valor')
Tengo entendido que usted extrajo justamente la noción de resiliencia de lo que contaban los marinos, allá en Tolón donde labora, cuando los sometían a toda clase de pruebas y ellos eran capaces de superarlas, de perseverar en su oficio pese a todo, contra viento y marea… Decían entonces que eran “resilientes”…
Exactamente. Eso me permitió aplicar una buena metáfora al ejercicio terapéutico. Aunque por supuesto hay condiciones para que el sufrimiento no sea un destino y pueda ser superado. Por eso, cada sociedad o en cada ámbito colectivo se puede vivir la experiencia de la resiliencia.
Entonces, obviamente, la resiliencia no consiste en “hacer de la necesidad virtud”, ni en un simple “voluntarismo”. Lo digo porque en mi país percibo versiones equivocadas de resiliencia, algo así como “darle gracias a Dios” porque no ocurrió una catástrofe peor, o porque siempre puede ocurrir algo más grave…
No. La resiliencia es el proceso de reconstitución integral de una vida, si se quiere, la escritura de un nuevo relato.
Hablando de “nuevos relatos”, como usted sabe, Colombia está embarcada en esa aventura… Pero, ¿qué decir de un país que le apuesta a la paz, y en una consulta democrática gana el ‘no’ por esa apuesta? Algo así como en el ‘brexit’ o tras la elección de Trump, en donde casi todo pertenece a la “posverdad”. Es decir, casi siempre nos han engañado, lo cual es una verdad de Perogrullo, pero lo aterrador es que cuando se sabe que nos engañaron, resulta que nos encantaban y seducían las maneras que usaban al engañarnos…
He escuchado versiones que afirman que en Colombia va a haber una “gran impunidad” con los guerrilleros que se desmovilizan. No sé si eso pertenezca a la “posverdad”, pero cuando se ve el costo de la guerra, así eso fuera cierto, yo lo prefiero al horror de seguir derramando sangre.
Yo también. Y le digo algo más: a mí me parece que con el proceso de paz se acaba el chivo expiatorio de la guerrilla, a la que es muy fácil echarle la culpa de todo lo malo para olvidarse por ejemplo del cáncer de la corrupción que carcome a Colombia, aclarando que para mí no dejan de ser unos criminales, aunque son tan colombianos como cualquier otro ciudadano, así les duela a muchos, pues prueba de ello es que en la televisión siempre nos muestran sus cédulas de ciudadanía cuando los “dan de baja”. Pero hablemos mejor de las condiciones que se requieren para que haya resiliencia, para que seamos –como dice la consigna en la que nos embarcamos– un “nuevo país”…
Hay factores internos y externos, pero también elementos de significación para recrear un nuevo relato, ojalá donde todos quepan, pues de lo contrario se puede volver a caer en lo mismo o en algo peor: en una intolerancia mayor que a lo único que conduce es a eliminar al otro.
A propósito de re-crear, hay una etimología en la escritura de la historia, o de las historias de cada quien, que quisiera resaltar. La palabra ‘inventar’, a la que muchos le temen, quiere decir ‘in-venire’, es decir, “hacer venir” lo que está ahí. Porque yo pienso que así como la memoria requiere de olvido, la historia se re-inventa.
Sin duda. Es lo que justamente hace quien supera un trauma; se esfuerza por re-inventarse. Se atreve a hacer el duelo de lo traumático para que “nazca algo nuevo”, para ser de otro modo.
¿No hay algo de huida en eso? ¿De querer ser otro?
A veces hay que querer ser otro para protegerse de sí… Porque encerrarse en sí mismo puede resultar muy peligroso. Basta ver los nacionalismos y totalitarismos que a nombre de una identidad única están resurgiendo por todas partes.
¿Esos que predican el “bien” y la “bondad” de los que, creo, se debería sospechar? Sobre ello, hace poco leía la conversación que usted sostuvo con Tzvetan Todorov, donde él subrayaba que lo peor es la “moral de los buenos” pues, a nombre de Dios y del bien se han cometido muchas atrocidades.
Cierto. Quienes profesan el “bien” pueden ser sujetos profundamente perversos, máxime cuando se creen “salvadores” o “redentores” de la humanidad, y están dispuestos a hacer lo que sea para conquistar el poder e imponer su “verdad”.
Un escritor colombiano que tituló una de sus novelas ‘Líbranos del bien’, y creo que tenía mucha razón… Y ahora que en Europa y en el mundo resurgen nacionalismos y populismos de todos los pelambres, a mí como Comisario del Año Colombia-Francia 2017 me preocupa qué va a pasar con el país galo… ¿Acaso puede ser presidente del país de los derechos humanos una persona extremista?
Me temo que eso puede ocurrir, y, aunque parezca pesimista, a veces se requiere de mucho dolor para tomar conciencia de él y superarlo; se necesita de las tinieblas y del invierno para renacer.
O sea que los vientos que soplan pueden, al no ser tan alentadores, ¿obligarnos a tomar conciencia de la catástrofe? ¿La rescritura de la historia, en cuanto a su resiliencia, necesita quizá pasar por una “noche oscura del alma”?
Usted lo ha dicho, y hay que tener mucha serenidad y paciencia para contemplar y asumir una posición ética ante lo que pueda acontecer.
Usted me recuerda la voz de un héroe de mi infancia, cuando había radionovelas en Colombia; se llamaba Kalimán, y le decía a su compañero Solín: “Serenidad, serenidad y paz-ciencia, Solín, mucha paciencia”.
¡Qué bueno! Hay héroes que a veces nos protegen de nosotros mismos. Gracias por la conversación y por la caipirinha.
FABIÁN SANABRIA
Especial para EL TIEMPO