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México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos

'México y Latinoamérica se deben enfrentar a Trump': Francisco Barbosa, experto en derecho público.

La llegada del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, alteró las relaciones recientes de armonía entre los dos países y ha tenido un efecto interno inesperado en el país azteca: ha unido a los ciudadanos. Es cierto que existen protestas por el ‘gasolinazo’ –aumento de más del 20 por ciento en el precio de la gasolina–, críticas contra el gobierno timorato de Peña Nieto, falta de crecimiento económico del país, pero las estupideces del presidente Trump han creado un discurso nacional multipartidista de protección a favor de México.
Las gentes que protestan por asuntos de política interna como se puede ver en estos días en la capital azteca reconocen al unísono que lejos de cualquier estrategia, existe una política xenófoba, nacionalista y fundamentalista de EE. UU., lejana del espíritu abierto, pluralista, culturalista y laico de México. En el fondo, México es más que EE. UU. en muchos aspectos y EE. UU. es más Trump de lo que sus opositores internos reconocen.
La ofensa del magnate contra México es inconmensurable. No solo ha despertado el rechazo del país azteca, sino ha irradiado una ola de rencor en Latinoamérica, que empieza a dibujarse en una región que tendrá que jugar de forma unida, si no quiere ser atropellada por el presidente de un país que descubre la faz que siempre había mostrado: la del desdén y el colonialismo imperialista.
La humillación de Trump contra México no empezó al expedir la ignominiosa orden presidencial sino desde la misma campaña, cuando puso en el debate la construcción del muro para dividir las dos naciones y así evitar que “los ‘bad’ hombres” le hicieran algo a sus ciudadanos. Un estúpido argumento propio de cualquier deleznable película de Hollywood pero no de un jefe de la nación más influyente del mundo.
El temor de México no era fundado. Peña Nieto, en una desatinada salida, invitó al candidato republicano a su país y le dio trato de jefe de Estado para congraciarse con él. La respuesta de Trump al regresar fue clara: México debía pagar el muro. Ni hablar de la extradición del ‘Chapo’ Guzmán días antes de la posesión de Trump.
Una vez elegido, el magnate ha abierto todo tipo de escenarios de combate. En especial, el de arremeter en el campo político, económico y social contra México. Esto llevó a que Peña Nieto cancelará la reunión que iba a tener en la Casa Blanca con su nuevo inquilino, luego de que Trump –de nuevo a través de Twitter– dijera que lo invitaba a Washington pero para decirle que México debía pagar el muro. La historia se empieza a repetir y México no puede dar esa batalla solo.
Historia de ignominias
Paradójico, México hizo a Estados Unidos grande. Ese país le robó cerca de 2 millones y medio de kilómetros en una política de expansión sin igual durante el siglo XIX. En 1835 cuando Texas se declara independiente luego de una sangrienta guerra mal conducida por el dictador mexicano Antonio López de Santa Ana y de una política centralista que llevó a establecer el federalismo, México empieza a perder territorio. La guerra fue conducida por inmigrantes gringos que exigieron separarse de México y unirse a Estados Unidos. Washington alentó la revuelta.
Diez años después, Texas fue anexado a los Estados Unidos y esto provocó una guerra que se saldó con una derrota mexicana que cobró con creces el presidente James K. Polk quien indicaba que EE. UU. debía expandirse lo más que pudiera. Llegaron incluso a invadir Ciudad de México y a ondear la bandera de esa nación en pleno centro de la capital.
Al finalizar la guerra (1848) se firma el mezquino tratado Guadalupe Hidalgo por el cual EE. UU. se queda con California, Nevada, Utah, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Para rematar, México renuncia a reclamar Texas y se fija la frontera en el río Bravo.
Con esa política de expansión y el encuentro de oro en California, los estadounidenses inician una política de terror a través de las acciones salvajes de los ‘rangers’, quienes asesinan mexicanos y violan a sus mujeres, sin que aquellas tropelías fueran consideradas delitos por la ley federal. Una actitud que para ese tiempo, era insostenible en cualquier lugar de América Latina.
Ahora su preocupación era saber cómo podían pasar rápidamente del océano Atlántico al Pacífico y viceversa. Su problema fue resuelto fácilmente: Panamá. Para ello, entendieron que Centroamérica debía ser su patio trasero. No es gratuito que un filibustero de Tennessee, William Walker, de la misma tierra donde Polk fue gobernador, se le ocurriera irse para Nicaragua y se proclamara dictador. Derechos que daba ser ciudadano americano.
Luego, la historia entre las dos naciones se crispó. Hechos como el encuentro entre el presidente Porfirio Díaz y William Taft, en 1909, en el cual Díaz le recordó a su homólogo, que Estados Unidos no podía pretender irrespetar a México, molestaron a Taft. Pocos años después, los estadounidenses persiguieron a Francisco ‘Pancho’ Villa en territorio mexicano, a través de la famosa Expedición Punitiva bajo las protestas del presidente Venustiano Carranza en plena Revolución mexicana, e invadieron su territorio por el puerto de Veracruz.
También los enfrentamientos por el petróleo entre el presidente Plutarco Elías Calles contra el mandatario norteamericano Calvin Coolidge o la nacionalización del oro negro del presidente Lázaro Cárdenas que enardeció a los americanos, pero que poco pudieron hacer por la necesidad de tener a México como aliado en su guerra contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
En fin, la relación ha sufrido altibajos, pero al final de la Guerra Fría se estableció un vínculo inescindible entre los dos países por virtud del libre comercio y la globalización, que llevaron a que se armonizarán las relaciones. Trump y sus medidas pretenden llevar a México a un escenario decimonónico.
Muro y otras infamias
Para Donald Trump, México representa un problema y no una oportunidad. El discurso con el cual ha tratado a su vecino y a Latinoamérica se fundamenta en la necesidad de construir un muro divisorio de 1.600 kilómetros que se una a los otros 1.000 kilómetros más de muro existente. Por ello, en la primera semana de gobierno expidió una orden ejecutiva para extenderlo. Su costo se estima en 20.000 millones de dólares que dice que le cobrará a México. Para rematar pretende contratar 5.000 agentes adicionales para la protección de la frontera para capturar a los indocumentados.
Frente a los inmigrantes iniciará una política de expulsión, derogará la Daca (Acción diferida para niños migrantes) que benefició, durante el gobierno de Obama, a cerca de 750.000 menores y amenazó a las ciudades que se atrevan a proteger migrantes, recortándoles fondos federales. Nueva York, L. A., Chicago, San Francisco y otras ya están en la mira. Según estimativos oficiales, hay 5’850.000 mexicanos ilegales en un país en el que viven 32 millones de extranjeros legales, que observan con detenimiento los pasos por seguir del nuevo gobierno.
La reacción de México no se ha hecho esperar. Anuncia que protegerá a sus ciudadanos en EE. UU. a través de los consulados, interponiendo acciones ante el sistema judicial americano y que acudirá a Naciones Unidas y al sistema interamericano. Trump y su asesor a la sombra, el ultraderechista, xenófobo y ahora jefe del Consejo de Seguridad Nacional, Steven Bannon, esperan para seguir golpeando.
La economía en ciernes
En el campo económico la situación es compleja. México y EE. UU. dependen de su relación. Para explicarlo, podemos hacer dos reflexiones. La primera, la existencia del tratado de libre comercio Nafta que ha unido desde hace más de 20 años las economías de México, Canadá y EE. UU. En la actualidad existe una fuerte inversión norteamericana de industria en el norte de México por la posibilidad de tener un costo menor en la mano de obra. Esos bienes manufacturados regresan a EE. UU. con un costo razonable para el mercado americano. Producir en EE. UU. tiene dos problemas: i) la reindustrialización es demorada y ii) el costo de la mano de obra es muy alto. Este último aspecto llevará a que los precios de los bienes en el mercado americano aumenten de precio, lo que generará que se trasladen los costos al consumidor.
Antes de su posesión, Trump amenazó a varias empresas como Ford o Fiat Chrysler de imponer impuestos de entrada, si no se producían vehículos en el país. El solo anunció llevó a que la Ford cancelará la construcción de sus fábricas en México por 1,6 millones de dólares.
Lo que se presume que seguirá es la renegociación del tratado que en la actualidad es deficitario para EE. UU. en más de 60.000 millones de dólares. Claro, sabiendo que los estadounidenses, en su mayor parte, están produciendo y exportando a su propio país desde México. Es decir, un yo con yo.
Un segundo aspecto, es el relativo a las remesas. En la actualidad, los ciudadanos mexicanos en EE. UU. envían mensualmente al país 24.626 millones de dólares. Un impuesto a esos recursos generaría problemas muy graves en el país azteca. De hecho existen muchos estados federales que dependen de ese dinero. Al día de hoy, 1,29 millones de familias viven de las remesas.
En síntesis, México y Latinoamérica tienen que traer a colación la famosa “raza cósmica” de José de Vanconcelos, para enfrentar no solo a un presidente que cree que está por encima de todos y de todo, sino a unos Estados Unidos iletrados, incultos y sin referencia moral alguna, que nos recuerda más al abusador que luego justifica sus acciones de forma inmoral. El presidente de México Porfirio Díaz tenía razón: “Pobre México –y yo añadiría Latinoamérica– tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
FRANCISCO BARBOSA*
Especial para EL TIEMPO
México.
*Ph. D. en derecho público, Universidad de Nantes (Francia) y profesor de la Universidad Externado de Colombia.
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