Ante la avalancha de polémicas –siendo generosos– órdenes ejecutivas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, muchos en su país y en el planeta se han preguntado sobre los límites del poder del inquilino de la Casa Blanca.
Es un interrogante más que pertinente cuando estas –como la firmada a finales de enero, que prohíbe la entrada a EE. UU. de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, así como de refugiados sirios– chocan peligrosamente con los valores que inspiran la constitución estadounidense. No es exagerado decir que aquí estamos ante un caso de discriminación por motivo de religión.
Con ese argumento, entre otros, un juez federal accedió a la petición del estado de Washington de solicitar una medida cautelar que impida su aplicación. Pero la decisión fue inmediatamente apelada por la Casa Blanca y tuvo respuesta negativa, el viernes pasado, del Tribunal de Apelaciones número nueve, dejando así vigente la suspensión. Ahora solo resta la última instancia: el Tribunal Supremo.
Esta es una disputa que contiene la respuesta a la pregunta por los frenos y contrapesos de que la democracia dispone para evitar que una rama del poder cometa atropellos. Ante el control del Congreso por el partido del Presidente, la justicia emerge –para alivio de muchos en el planeta que por estos días contienen la respiración– como barrera para los impulsos cuestionables de Trump. Que esto sea así depende, en parte, de la confirmación en el Senado de la designación del juez de tendencia conservadora Neil Gorsuch como noveno integrante del mencionado Tribunal Supremo, en el que en este momento hay paridad en cuanto a la orientación ideológica de sus miembros. Se trata de un paso que requiere la participación de los demócratas, que ya han anunciado veto, lo cual abriría las puertas para que, por primera vez en 200 años, los republicanos modifiquen las reglas.
Sorprende ver un choque de trenes de este talante –con descalificación pública del Presidente al juez, de nuevo a través de Twitter– en una democracia que ha sido referente, por la unanimidad de sus actores, sobre la importancia del respeto a unos consensos básicos, hoy en tela de juicio.
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