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¡Cartagena, Cartagena!

¡Cartagena, Cartagena!

A Cartagena la engrandecen múltiples iniciativas privadas y la empequeñece la corrupción oficial.

04 de febrero 2017 , 07:51 p. m.

Considero a Cartagena mi segunda ciudad, como les sucede a muchos cachacos. Pasé vacaciones de niño en Bocagrande, desde cuando el único edificio era la ‘máquina de escribir’. Mis mejores recuerdos de juventud tienen como telón de fondo la ciudad amurallada, Barú, las islas del Rosario y La Boquilla. Tengo desde hace tiempo un apartamento pequeño en el Corralito y voy varias veces al año a congresos y festivales culturales. Al igual que a mis amigos cartageneros, me llenan de orgullo las múltiples iniciativas ciudadanas que hacen la ciudad cada vez mejor y más grata. Pero también me duele en el alma cómo la daña la corrupción política que se ha apoderado de ella desde hace décadas. Porque Cartagena alberga en extremo todo lo bueno y mucho de lo malo que tiene Colombia.

El Festival Internacional de Música es hoy, quizás, el mejor del hemisferio. Este enero ofreció, asociado con el famoso Festival de Spoletto, la producción operática más importante que se ha presentado en el país. Con ello, la orquesta Les Siècles y los extraordinarios solistas, el festival fue inolvidable. Julia Salvi merece la Cruz de Boyacá. En conjunto con el Hay Festival, el Festival de Cine y otros, Cartagena compite hoy con Bogotá por el título de capital cultural de Colombia.

La iniciativa de colombianos y extranjeros ha hecho también de Cartagena la ciudad ‘gourmet’ de Colombia y la ciudad congreso del hemisferio. No hay congreso internacional o nacional que se respete que no tenga como sede habitual u ocasional a Cartagena. Los asistentes recuerdan la excelente organización, así como la belleza y hospitalidad de la ciudad, y procuran volver. Muchos cartageneros, cachacos y extranjeros han embellecido la ciudad restaurando cuidadosamente casas, edificios y hoteles ‘boutique’ en el casco histórico. Todo ello, más la labor de los empresarios turísticos la están convirtiendo en el mayor receptor de turismo cultural del hemisferio. La ciudad también se ha enriquecido con aportes de las sociedades portuarias y la industria de Mamonal.

En contraste con estas vibrantes iniciativas ciudadanas, las autoridades hacen poco por la ciudad y sus cinturones de miseria. Y parecieran decididas a destruir el Corralito. Su crimen más reciente fue dejar caer la antigua y hermosa plaza de toros de la Serrezuela para hacer allí un horrible centro comercial. Años antes permitieron elevar el nivel de fachadas de varios monumentos distritales, como los colegios de la Esperanza y la Presentación, violando la ley, para hacer lucrativos apartamentos. Y hay otros ejemplos. La Unesco debería preocuparse por esta corrupción del ‘patrimonio de la humanidad’.

Una empresaria italiana me decía que Cartagena sería tres veces más maravillosa si algún día tuviera un alcalde y un Concejo que quisieran a la ciudad más que a sus negocios particulares. Decía que el Corralito debería ser desde hace años una ciudad peatonal, o transitada solo por coches de caballo, bicicletas y trenecitos turísticos, como ocurre en ciudades comparables en el resto del mundo. Y que los billonarios ingresos de predial, ICA, valorización y servicios públicos, bien invertidos, harían fácilmente de Cartagena la más educada y equitativa de las ciudades colombianas. Tiene razón.

¿Se imaginan mis conciudadanos el desastre que sería Bogotá si solo hubiera tenido alcaldes como Moreno, que se la robó, o Petro, que la convierte en escenario de sus resentimientos y ambiciones presidenciales? Cartagena merece y necesita con urgencia un Mockus, un Peñalosa o un Fajardo. O un Char, un Verano o una Elsa Noguera.

P. S.: los funcionarios con ambiciones presidenciales han debido salir hace rato del Gobierno, para que este sirva solo el interés ciudadano y no los electorales de varios de ellos.

GUILLERMO PERRY

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