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Una tarde de caballos en Bogotá

Este domingo, en la ciudad se vivió una bella tarde de toros, soleada y azul.

El exalcalde (Gustavo) Petro fue a la plaza a tomarse sus fotos de rigor, pero esta vez no llevó sus brutales tropas de asalto, sus mussolinianos fasci di combatimento. De manera que, precautelativamente vigilada por tres mil policías, la entrada de los aficionados a la Santamaría fue pacífica. Y otra vez, como el otro domingo, tuvimos una bella tarde de toros, soleada y azul, con nubes blancas: se nota que la naturaleza no es antitaurina.
Y buenos toros: los de Las Ventas, de César Rincón, bien presentados, aunque desiguales. Un muy buen cuarto, castaño, musculoso y bien armado, serio y noble, aplaudido en el arrastre y que estuvo por encima de su torero, Manuel Libardo.
Es curioso: Libardo es un buen torero, capaz y experimentado (lleva once años de alternativa), y no le falta valor. Pero le faltan ganas, y parece que se aburriera toreando. Cuando parece que va a entrar en faena la corta con innecesarias pausas y lejanos paseos, y cuando debiera estirarse se encoge y se va. Ese toro castaño de Rincón, que merecía una gran faena, se fue con las orejas puestas. Y con el otro tampoco se vio nada.
Miguel Ángel Perera sigue siendo el torero serio y quieto que hace una década empezó su carrera abriendo las puertas grandes, pero también él parece haber perdido la ambición. Sobrio con el capote, firme y templado con la muleta, bien plantado en su terno de luces sangre de toro bordado de corazones de oro. Pero indiferente, ausente. Mató mal sus dos toros.
Era tarde de caballos. Y la gente que vino por ellos tuvo sobrado contento con ver al maravilloso Disparate, ese admirable animal que es más torero que muchos de los matadores de a pie. Su admirable jinete Pablo Hermoso lo sacó ya con los reflectores encendidos a bailar y burlar con los pechos y la grupa al último toro de la tarde, que era veloz como una bala de cañón.
A cada quiebro, a cada giro, a cada voltereta del caballo en la cara del toro, la gente estallaba en aplausos. Y tan bellos como Disparate, todos los demás: Alquimista, otro castaño casi negro; Donatelli, Brindis, que es un tordo florido de galopadas súbitas como explosiones de belleza.
Para esos fanáticos ciegos que usurpan el nombre de animalistas, nada de todo eso debe existir: así como un toro bravo no debe ser toreado, un caballo de raza no debe ser montado, ni un perro cazador debe salir de cacería (horror, la cacería), ni uno pastor debe cuidar ovejas, ni uno guardián debe guardar una casa, ni debe hablar un loro, ni cantar un canario. De hacerles caso, solo quedarán gatos. Y entonces los animalistas sintientes tendrán que volcar su furia sobre los jardineros que cortan rosas.
ANTONIO CABALLERO
Cronista taurino
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