"Mi aporte fue trabajar con poblaciones vulnerables, entender que la paz no la construye una organización, sino con las comunidades, quienes vivieron el conflicto”.
Ese es el testimonio de Hanier Carrera, uno de los 300 jóvenes de la segunda generación de 'Manos a la Paz' que durante cuatro meses salieron de sus casas para trabajar en zonas afectadas por el conflicto.
‘Manos a la Paz’ es una iniciativa del Ministerio del Postconflicto y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Colombia (Pnud), para que universitarios hagan prácticas profesionales en los territorios, trabajando en frentes como la superación de pobreza, el desarrollo económico, el medio ambiente, la gobernabilidad o la reconciliación.
En los municipios, los jóvenes se convirtieron en agentes de paz para aportar a campesinos y entidades locales en el marco de proyectos del Pnud.
La generación de aventureros
Que a un joven a punto de graduarse de la Universidad lo envíen por cuatro meses a un municipio del que no ha oído hablar y sin tener claro qué hará allí, es un desafío.
Esa fue la experiencia de Carla Fernández, una bogotana que en la primera generación del programa ‘Manos a la Paz’ fue al municipio de El Castillo en el Meta.
A seis horas de su ciudad se encontró con un pueblo que, lejos de ser pequeño y desolado como lo imaginaba, tenía más de 40 veredas y estaba en reconstrucción.
Carla y sus dos compañeras tuvieron que buscar dónde iban a hospedarse durante su estadía allí desde marzo hasta principios de julio de este año. Tampoco sabía cuál sería su plan de trabajo al llegar.
Las tareas fueron surgiendo por el camino. La primera, como estudiante de Administración Pública, era apoyar a la Alcaldía local en la formulación del plan de desarrollo. Luego tendría que trabajar directamente con víctimas del conflicto para contribuir a un proceso de reparación colectiva que adelantaba la Unidad de Víctimas en El Castillo.
"Recorrí todo el municipio, incluso veredas a las que ni llegaban carros. Me dediqué a hacer acompañamiento y escuchar relatos de las víctimas", cuenta Carla y agrega: "Hubo un momento en el que al escuchar uno de ellos no aguanté las ganas y me puse a llorar".
Durante esos cuatro meses no solo aprendió a vivir sola o se adaptó a un clima muy distinto al de Bogotá. También cambió su percepción del país y su futuro.
"Este es un país evidentemente rural que está por construirse y necesita de gente trabajando en territorio. Y este país se construye desde lo rural. Aunque mucha gente venga a las grandes ciudades a buscar oportunidades", afirma Carla.
‘Embajadores de paz'
Jóvenes que hicieron sus pasantías en 'Manos a la Paz' hoy son embajadores de paz y hacen parte de la Conversación más grande del mundo, una iniciativa de la Presidencia de la República para promover la participación ciudadana sobre el fin del conflicto y la construcción de paz.
Es el caso de Winniefred Marrugo, una estudiante cartagenera que dirige la Red Juvenil por la paz y los Derechos Humanos. Aportó con su experiencia en liderazgo e incidencia juvenil a la coordinación de juventudes en Villavicencio con ‘Manos a la Paz’.
“He venido construyendo paz como líder, formando a los jóvenes en derechos, en liderazgo, en emprendimiento, enseñándoles cuáles son las responsabilidades con la sociedad en la que vive, reconociendo al otro como humano y respetándolo a pesar de tener diversas ideas”, señala.
UNIDAD DE PAZ