Responder por la salud pública del país durante cien años continuos convierte al Instituto Nacional de Salud (INS) en una entidad emblemática, incluso en América Latina. Y aunque su permanencia en el tiempo sería razón suficiente para congratular su primer siglo de existencia –ajustado esta semana–, lo cierto es que las ejecutorias del INS, desde su creación en 1927, exigen que sea reconocido en su justa dimensión.
Creado el 24 de enero de 1917 como un laboratorio privado por los médicos Jorge Martínez Santamaría y Bernardo Samper Sordo, en poco tiempo se transformó en un importante centro de investigación y de producción de sueros y otros biológicos para enfrentar los males colectivos de principios de siglo, al punto de que, ante la necesidad, el Gobierno Nacional lo compró en 1928 y lo convirtió en el Laboratorio Nacional de Higiene, entidad decorosa que respondió con altura, entre otros retos, a aquellos impuestos por la escasez de medicamentos e insumos provocada por la Segunda Guerra Mundial. La fabricación, en ese entonces, de las drogas para la malaria es prueba de ello.
Sin presunciones, se fusionó con los grandes del continente para investigar problemas de orden mundial como la fiebre amarilla y la tuberculosis, y poco a poco se consolidó como el referente regional en el manejo de enfermedades tropicales y en un proveedor de sueros y vacunas de gran calidad; sus sueros antiófidicos –que han salvado miles de vidas– aún conservan ese sello.
Por la misma vía, como Inpes (Instituto Nacional de Programas Especiales) y luego como INS, se echó al hombro la erradicación de la viruela, del sarampión y de la poliomielitis, así como el liderazgo para la construcción de acueductos y pozos sépticos para enfrentar las mortales diarreas, todas ellas tareas culminadas con éxito. Ante el avance del dengue, creó la Red Nacional de Entomología para vigilar las enfermedades transmitidas por vectores, la cual permitió acumular la experiencia para combatir, con éxito reconocido, intrusos nuevos como el chikunguña y el zika.
El INS cumple una labor integral. También realiza y orienta acciones de prevención, diagnóstico y tratamiento de todas las patologías que impactan a nivel grupal, y coordina programas de valor especial como las redes de laboratorios de salud pública, de bancos de sangre y de trasplantes. Claro, sin abandonar su papel principal: producir conocimiento sobre la naturaleza y epidemiología de las enfermedades de mayor riego para la población.
Desde luego, estos cien años no han sido fáciles para esta entidad, que ha tenido que soportar el desinterés de gobiernos que, amparados en políticas de austeridad y disminución del tamaño del Estado, la asfixiaron presupuestalmente, casi hasta aniquilarla.
Su indiscutible valor y tesón no solo la han mantenido a flote, sino que le han servido para que las administraciones recientes la vuelvan a reconocer en todo su espectro y la consideren una prioridad para recuperar. La inauguración del bioterio (sitio para el desarrollo y mantenimiento de animales para experimentación) –hecha ayer por el presidente Juan Manuel Santos– es un buen regalo de cumpleaños, pero apenas un paso en la ruta correcta para el fortalecimiento y rejuvenecimiento del centenario INS.
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