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'El equilibrio entre la indiferencia y la compasión es difícil'

Henry Marsh, invitado al Hay Festival, presenta en su libro la cara oculta del quirófano.

Hoy Henry Marsh (Oxford, Reino Unido, 1959) es una eminencia en el campo de la cirugía. Pero en su juventud, cuando soñaba con serlo, sus ambiciones le jugaron una mala pasada. Los detalles nítidos están en su libro Ante todo no hagas daño, que lleva el título del juramento hipocrático y del que tendrá la oportunidad de hablar durante el Hay Festival (26 al 29 de enero) en Cartagena.
Aquel triste episodio muestra a un Henry Marsh joven, soñando con la idea de ser aplaudido en simposios médicos donde pudiera mostrar imágenes con resultados de cirugías casi imposibles.
Tenía apenas cuatro años de experiencia como especialista cuando conoció el caso de un paciente con un tumor muy difícil. El mejor neurocirujano del Reino Unido de esa época lo había recomendado para llevar a cabo la operación salvadora. Lleno de orgullo ante el reto, pese a que eran demasiadas horas de quirófano, se proyectó a sí mismo en un escenario de gloria si lograba extirpar por completo el tumor que el médico más experimentado y más prudente que es Marsh hoy habría aconsejado no remover del todo.
Aquella fue la última vez que pudo operar con música (en el capítulo dedicado a este episodio relata cómo fue su ritual de escoger los discos con los que se acompañaría mientras llevaba a cabo el trabajo) y la última vez que tomó el riesgo de pasar más de 18 horas seguidas en el quirófano. Después, trataría casos similares dividiendo la intervención en varias. Esto, porque un solo corte en un nervio minúsculo dejó en estado vegetativo durante años a su paciente.
Marsh, que ya superó las tres décadas ejerciendo como neurocirujano, a un ritmo de unas 500 cirugías anuales, relata en su libro la trasescena de las cirugías que marcaron su carrera y forjaron su ética profesional. Aquel error aparece en un capítulo dedicado a la soberbia, como una lección de humildad. Su esperanza allí es inspirar la reflexión entre los profesionales que siguen sus pasos.
Ante todo no hagas daño es, ante todo, el cúmulo de memorias de un médico de renombre, que solía trabajar en un hospital universitario, al que llegaba en bicicleta la mayoría de las veces. Un médico que tiene una familia y un panal de abejas que cuidar, pues es consciente de que su dedicación a esta rama de la medicina le costó su primer matrimonio.
Estas memorias, publicadas en el 2014 no solo fueron un best seller, sino que se convirtieron en el libro del año para el The Financial Times y The Economist.
Marsh, uno de los invitados al Hay Festival de Cartagena (26 al 29 de enero), abre su corazón en el libro. Recuerda sus dilemas, la forma de abordar a un paciente al que debe decirle que no vale la pena operarse y que se vaya a casa a morir, o el grado de esperanza que puede darle a alguno que, quizás con suerte, pueda vivir unos años más. Reflexiona detrás de cada caso que presenta en las páginas de su libro sobre lo que estuvo bien y lo que no volvería a hacer.
Entonces, el lector parece acompañarlo en el consultorio cuando le explica a una joven mujer que el aneurisma en su cerebro probablemente nunca crecerá lo suficiente como para causarle una hemorragia. Es decir que pese al aneurisma, puede morir de vieja, pero que está la opción de operar, que también trae sus riesgos, y sorprenderse cuando la paciente, pese a todo, decide no vivir con esa “bomba de tiempo” en su cabeza.
Marsh también abre la puerta a esos momentos en los que sus alumnos bromean en las mañanas mientras evalúan los diagnósticos, o a la dolorosa decepción que sufre como maestro responsable por el error de un internista que está bajo su tutela. El maestro se queda pensando si hubiera sido mejor operar él mismo en vez de haberla delegado a alguien con menos experiencia, que sin la oportunidad, jamás llegaría a ser un cirujano experto.
Quizás el secreto de que un neurocirujano que amenaza con retirarse de la práctica –y por amor a su profesión aún no la cumple– se convierta en best seller está en la experiencia de Marsh escribiendo sus diarios personales, ejercicio que le da la fluidez narrativa.
“He mantenido un diario toda mi vida –le contó Marsh por escrito a EL TIEMPO–. Cuando mi segunda esposa, la antropóloga y escritora Kate Fox, me preguntaba qué había estado haciendo en el trabajo, yo a veces le leía mi diario. Ella dijo que era suficientemente bueno para ser un libro y me envió a ver a su agente literario, quien estuvo de acuerdo, aunque me tomó 10 años para que el libro tomara forma”.
¿Cuál era la razón de ser de ese diario?
Lo escribía simplemente para mí mismo; no como un registro cronológico para ayudarme a recordar, sino porque me gustaba el reto de intentar escribir algo que luego podría leer y sentir que estaba bien escrito.
También porque sabía que mi vida como neurocirujano era profundamente interesante, pero la mayoría de los médicos, especialmente los cirujanos, se alejan del significado humano y la tragedia frecuente de nuestro trabajo, y tratan de reducirlo a un ejercicio técnico.
En el libro cuenta que, ya con años de experiencia encima, llegó a una charla a confesar sus propios errores médicos, algo que sorprendió muchísimo entonces, y sigue siendo algo inesperado, incluso en el libro. ¿Qué efecto ha tenido esto?
No he recibido ninguna crítica negativa y sí muchos e-mails y cartas de otros doctores que decían que encontraron de gran ayuda, incluso como algo liberador, que yo estuviera dispuesto a admitir la falibilidad de un médico en público.
Constantemente afirma que el área de neurocirugía está casi vedada a los jóvenes médicos, que son pocos los que se van por esa línea. ¿Por qué?
Ese puede no ser el caso en otros hospitales de enseñanza. Las enfermedades neuroquirúrgicas son raras y no tienen gran importancia para los estudiantes de medicina.
Una enfermedad en el cerebro suena a sentencia de muerte. ¿Qué tanto se necesita la indiferencia dentro de una especialidad como esta?
El equilibrio entre indiferencia y compasión es muy difícil. Pero es el desafío más importante que enfrenta cualquier médico. A veces, el médico está demasiado involucrado; otras veces, demasiado separado. Entonces, solo se puede tener la esperanza de que con el paso del tiempo se consiga el equilibrio correcto. Pienso que uno mejora a medida que envejece, no solo a través de la experiencia en su propio trabajo, sino porque mientras se va haciendo mayor, empieza a desarrollar problemas médicos propios, así como su familia, y empieza a entender los apuros que viven sus pacientes.
Crítico del sistema
Marsh no se calla ni sus errores ni los del sistema de salud inglés, donde ejerció su carrera: los protocolos que llegaron con la tecnología y que lo hicieron pasar horas, a él y a su gente, tratando de ver una imagen diagnóstica que en otro tiempo era más fácil de ver, o el hecho de que se obligara a los hospitales a suprimir los turnos largos de ejercicio a los médicos de urgencias; sus peleas con las personas que asignan las camas, los protocolos absurdos y una nostalgia por cosas que no mejoraron con los nuevos tiempos.
A la pregunta de qué cosas quisiera recuperar, Marsh dice que no tiene “respuestas fáciles” para eso. “El problema en el Reino Unido es la falta de inversión financiera. El Servicio Nacional de Salud está financiado con impuestos y los políticos no se atreven a aumentar impuestos, aunque la población está envejeciendo y necesita mucho más cuidado en salud, así como el progreso tecnológico en la medicina es muy caro. En lugar de eso, el Gobierno pretende que una mejor gestión resolverá el problema. Esto es como un juego de niños, el de las sillas musicales: el ritmo cambia continuamente la música sin aumentar el número de sillas”.
Usted no es partidario de la reducción de turnos para los médicos, pero aún aquí hay quien piensa que un médico cansado no atendería bien...
Hay un equilibrio entre la experiencia a través del trabajo duro y la necesidad de descanso. En Europa, el péndulo se ha alejado demasiado del trabajo duro y se ha ido hacia el descanso. Como paciente prefiero que me cuiden unos pocos médicos cansados que me conocen mejor, que un gran número de médicos bien dormidos que no me conocen.
Usted vivió de cerca las discusiones sobre la aprobación de medicamentos y señalaba lo absurdo que era poner a personas a imaginarse los efectos que podría tener un fármaco en su calidad de vida. ¿Tiene una sugerencia para hacerlo mejor?
La teoría económica de la salud se sustenta en algunas de esas evaluaciones de fármacos; es algo absurdo en su presunción de racionalidad paciente–humano. Pero la búsqueda de ganancias de las grandes compañías farmacéuticas necesita tener resistencia y el análisis de “costo-efectividad”. Aunque es una herramienta torpe, es mejor que nada.
A lo largo del libro afirma que está a punto de jubilarse. La publicación se hizo en el 2014, ¿finalmente lo hizo?
No realmente. Trabajo un día a la semana, algunas veces enseñando, otras veces operando en Londres. Y paso varios meses trabajando en Nepal, Ucrania y Albania. El tiempo que queda lo empleo haciendo cosas en mi taller, cuidando de mis abejas y reconstruyendo una vieja casita cerca de Oxford.
Hay Festival calienta motores
El Hay Festival ha extendido su programación a otros lugares del país.
Es el caso de Aracataca, que mañana será sede de una de sus actividades: el homenaje a la memoria de Gabriel García Márquez, con motivo de los 50 años de la publicación de Cien años de Soledad.
Sobre este tema se hará un conversatorio, a las 10 a. m., en el auditorio de la Casa Museo Gabriel García Márquez, con la presencia de Gloria Triana, Alonso Sánchez Baute, la crítica literaria Erna von der Walde y Antonio Celia. Por otro lado, también hay una nutrida programación de actividades culturales del Hay Festival en Medellín (del 25 al 27 de enero) y Riohacha, con una jornada que combina talleres para niños y charlas con autores, mañana 25 de enero.
La programación del Hay Festival en todos sus escenarios está en www.hayfestival.com/cartagena
LILIANA MARTÍNEZ POLO
Cultura y entretenimiento
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