La primera posesión de un presidente de los Estados Unidos que recuerdo fue el inicio del segundo mandato de Richard Nixon, en enero de 1973. Y ni siquiera entonces, cuando ya asomaban los fantasmas del escándalo Watergate, que lo tumbaría en agosto del 74, existía la sensación, instalada hoy en el ambiente, de que el presidente recién posesionado puede no terminar el período de cuatro años para el que fue elegido.
Las constantes bravatas de Donald Trump lo hacen ver, por momentos, fuerte y poderoso. Pero es mera ilusión. Un líder realmente sólido es aquel que poca gala hace de su potencia. “La fuerza tranquila”, llamaba a esa virtud el presidente francés François Mitterrand, sólido en las buenas y en las malas en sus 14 años en el cargo.
Varias circunstancias atizan el riesgo de que Trump no llegue al final. La primera es que, aunque los republicanos que lo nominaron cuentan con mayorías en las dos cámaras, el irascible empresario ha disgustado con sus actitudes a muchos congresistas de su partido. La cercanía de Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, con quien comparte tantos rasgos desagradables, molesta a esos legisladores, que ven en Putin a un enemigo astuto y altamente peligroso para EE. UU. En materia económica, a algunos de ellos les disgusta el desprecio de Trump por el libre comercio, por décadas uno de los dogmas republicanos.
Un síntoma de todo esto: solo dos de los 15 nominados por Trump al gabinete han sido confirmados por el Legislativo. Ni siquiera el nuevo secretario de Estado, el ejecutivo petrolero Rex Tillerson, también cercano a Putin, ha recibido el visto bueno del Capitolio. Con los demócratas en contra y una porción de los republicanos mosqueados, el nuevo presidente no la tendrá fácil en el Legislativo.
A lo anterior hay que sumar el sinnúmero de conflictos de intereses que Trump afrontará. El Trump International Hotel de Washington, donde se alojaron muchos de los invitados a la posesión y tuvieron lugar varios festejos, es una concesión del gobierno federal a una empresa del nuevo presidente. Es una emblemática construcción que alojó hace décadas la sede central del correo, y sigue siendo propiedad oficial. Una interpretación del contrato de concesión indica que el inmueble no puede ser alquilado a un funcionario federal elegido popularmente, justamente lo que Trump es.
Suena baladí al lado de los conflictos de intereses a nivel internacional. Trump, quien vive criticando a las empresas de su país que invierten en el exterior, lleva décadas en esas. Hace algunas semanas, cuando habló por teléfono con la mandataria de Taiwán e indignó con ello a los líderes comunistas chinos, muchos recordaron los gigantescos negocios de Trump en la pequeña isla, antes llamada China nacionalista. La duda de si favorece a los gobiernos que les abrieron las puertas a sus negocios campeará siempre sobre sus decisiones de política exterior.
Y algo más: el nuevo inquilino de la Casa Blanca tiene fama de mujeriego y acosador sexual. Escándalos en este campo casi le cuestan la presidencia a Bill Clinton y dieron al traste con la del ‘Trump’ italiano, Silvio Berlusconi. Trump tiene además muchos frentes abiertos: maltrata a los periodistas, irrespeta a las minorías y tiene casada una pelea con la poderosa comunidad de inteligencia (CIA y agencias militares de espionaje).
Como si fuera poco, arranca sin luna de miel: con solo 38 por ciento de imagen favorable y la mayor división en la sociedad desde la guerra de Vietnam. Y eso no obstante su discurso de posesión, en el que trató de hacer llamados a la unidad pero privilegió el mensaje populista y nacionalista. En conclusión, Trump ha comprado muchas boletas para que lo tumben, y el ambiente que él ha contribuido a crear no lo ayuda.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com