Como todos los que se han sentido afectados por la proliferación de noticias falsas en internet, he seguido con atención el debate sobre las medidas que planea aplicar Facebook para contrarrestarlas, pero ahora que el tema se ha asentado y decantado, surgen dos preguntas: ¿qué pasa si el problema no es Facebook? ¿Qué pasa si el problema somos todos nosotros?
Las intenciones de quienes crean las noticias falsas pueden ser oscuras, pero las de quienes las comparten son mucho más transparentes: comparten porque les gustan. Comparten porque las creen.
Para Facebook, hasta ahí, la proliferación de noticias falsas no sería un problema. Pero dado que el alcance de las mentiras se amplifica hasta llegar a quienes no las creen, surge un fenómeno de afectación de la experiencia en redes sociales. Es comparable a que alguien venga a ensuciar el espacio en que se mueven sus usuarios, sus clientes. Por eso no sorprende que la red social haya diseñado una estrategia de respuesta, de la que incluso se ha dicho que busca prevenir que ocurran en la campaña electoral alemana las manipulaciones que abundaron en la de EE. UU.
(También: Aprenda a reconocer las noticias falsas o engañosas)
La idea de un ‘sello de aprobación’ de la red social es una salida conveniente en el corto plazo, pero potencialmente peligrosa en el mediano y largo. La razón es que inevitablemente vendrán los señalamientos de sesgos y partidismos, que solo podrían esquivarse automatizando el proceso o haciendo de la curación un acto social. El problema es que la automatización no es infalible, y si la curación social sirviera, no tendríamos noticias falsas regándose como pólvora en primer lugar. Muchos no verán a cuenta de qué tiene Facebook la potestad sobre la verdad y la mentira.
No es un asunto fácil. La red será cuestionada si no hace nada, pero también si hace de más. Irónicamente, los anuncios más recientes sugieren que buscará la ayuda de medios tradicionales cuya credibilidad es, en medio de tanta noticia falsa, un bien invaluable.
La solución más obvia, pero no por ello la más fácil, está en la capacidad crítica de las audiencias. La noticia de que Barack Obama ha financiado al Estado Islámico por años no resulta tan preocupante como la idea de que haya en las redes, de las que usted hace parte, alguien dispuesto a creerla.
WILSON VEGA
wilveg@eltiempo.com