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Nosotros, los extraterrestres

Lo recomendable es aplicar el autocontrol a lo que lee, busca, compra, comunica en el ciberespacio.

El Gobierno francés promulgó en días pasados una ley por la cual les da a sus ciudadanos el ‘derecho a desconectarse’. Como derecho humano básico, a partir de este mes. ¿Exagerado? ¿Oportuno? ¿Ridículo? Cada uno tiene su opinión.
La explicación es que es benéfico y necesario que las personas no trabajen todo el tiempo y que los trabajadores tengan derecho legal a trazar la línea cuando las exigencias laborales se entrometen en la vida del hogar, vacaciones o fines de semana en esta época, cuando la frontera entre vida privada y profesional es cada día más tenue, gracias a computadores y teléfonos móviles.
El derecho a desconectarse es necesario, porque insidiosa e imperceptiblemente una gran parte de nuestras vidas personales y profesionales han ido transmutando del mundo real a uno extraterrestre, o como Thomas Friedman, el columnista de The New York Times, explica “del mundo terrestre a un reino conocido como ciberespacio”.
Ni una pizca de exageración, se los aseguro. Somos cada día más virtuales y ni nos damos cuenta. De ahí que los gobiernos empiezan a intervenir con leyes para “protegernos” de nosotros mismos, porque el problema con la vida ciberespacial es que sigue siendo un espacio sin fronteras ni controles, donde no hay poderes celestiales o terrenales para separar lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, la verdad de las mentiras, las noticias reales de las falsas, lo personal de lo profesional, lo público de lo privado.
Considere cuánto de nuestras vidas depende y funciona a través de pantallas computarizadas, a las cuales nos hemos ajustado sin mucho esfuerzo ni conciencia: el trabajo, las comunicaciones personales y profesionales, estudios, tareas, investigaciones, direcciones, compras y ventas, juegos, apuestas, operaciones bancarias, modas, finanzas, impuestos, fotos, planes de viajes, noticias, reloj, predicciones del clima, relaciones amorosas, citas, nuevas amistades, redes sociales. Y esas, entre las actividades diarias y normales. A la lista, agréguele otras menos usuales que mucha gente hace, como sexo y pornografía.
Hasta los mayores crímenes de nuestros días se cometen en el mundo digital. Los malos, los corruptos, los criminales, los mentirosos han encontrado terreno abonado en ese mundo sin ley ni dios al que hemos decidido mudar tanto de nuestras vidas.
Ah, y no olvidemos la política. Infaltable en la lista dado el reciente “descubrimiento” del poder de internet en determinar decisiones políticas que están cambiando panoramas nacionales e internacionales, como la reciente elección en los Estados Unidos.
“Es donde el presidente Trump y el líder terrorista de Isis pueden comunicarse con igual facilidad con decenas de millones de sus seguidores respectivos a través de Twitter, sin intervención de editores, verificadores de datos o cualquier otro control”, escribe Friedman en su esclarecedora columna, donde advierte sobre el peligro al que estamos expuestos en nuestra dependencia de los computadores y nuestro trasteo al ciberespacio, que compara con una alcantarilla abierta adonde va toda la información sin tratamiento ni filtros. Y en ese mundo pasamos cada vez más horas de nuestros días.
Esa lista incluye solo los que me vienen a la mente en este momento. Una vez que envíe esta columna sé que recordaré innumerables ejemplos más. Usted probablemente tiene más para agregar.
Pero más recomendable que aumentar la lista de su mudanza a la estratosfera virtual, es comenzar a aplicar sentido crítico, escepticismo, autocontrol no solo al tiempo dedicado a actividades digitales, a lo que lee, busca, compra, comunica en ciberespacio, sino a todo lo que hace en su computador personal y su teléfono. Es un mundo turbio y peligroso adonde es mejor ir advertido.
Cecilia Rodríguez
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