Los desmanes protagonizados nuevamente por taxistas contra carros particulares en Bogotá, que hacen parte de una nefasta práctica de ‘cazar’ posibles vehículos que utilizan la plataforma Uber, han sobrepasado todo límite de tolerancia. A estos señores ya no les basta con intimidar y agredir a conductores y pasajeros, sino que han optado por vías de hecho mucho más peligrosas, como la de incendiar un vehículo.
Si ya existía alarma e indignación ante tales comportamientos, lo que se percibe entre los propietarios de los vehículos afectados es miedo. Y rabia de la gente, según lo expresado en las redes sociales.
Lo sucedido, más allá de ser condenable, es también síntoma de que el debate sobre el funcionamiento de una plataforma a través de la cual se presta un servicio público está lejos de zanjarse. Si bien es cierto que el Gobierno fijó unas reglas de juego que deben atender quienes decidan desarrollar esta actividad mediante cualquier tipo de tecnología, Uber continúa sin acatar la norma, pues considera que se trata de una decisión del usuario. No obstante, aunque una gran mayoría de ciudadanos ha optado por este tipo de servicio dada la pésima calidad que ofrecen los taxis amarillos, esto no significa que se deban saltar las normas establecidas por el Estado. De ser así, cualquiera podría seguir el mismo ejemplo en otro tipo de actividades y eso nos llevaría al caos.
Lo que queda de manifiesto en todo este embrollo es que ha llegado el momento de que las autoridades del ramo definan qué hacer cuando, amén de la ley, mayoritariamente la gente desea otra cosa en virtud de los avances de una sociedad cada vez más afín a las nuevas tecnologías. Y para ello el camino sigue siendo la ley. Ya hay radicado ante el Congreso un proyecto en ese sentido que ni siquiera tiene ponentes.
Por lo pronto, debe quedar claro que ninguna persona o grupo social puede arrogarse el derecho de ejercer justicia por muy inconforme que esté. El día que eso suceda, entraremos en un estado de anarquía con lamentables consecuencias. Hoy es un carro incendiado, mañana puede ser la vida misma.
editorial@eltiempo.com