La primera semana en firme de 2017 llega con unas noticias que dejan poco espacio para el optimismo; de hecho nos ofrece un panorama muy oscuro, no solo en el ámbito local, sino en la situación nacional y global. En resumen, este año nos tocó aterrizar de barriga.
Para empezar, en el plano internacional, con la llegada del señor Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, lo que parecía una pesadilla empieza a hacerse realidad. Después de los ocho años de Barack Obama –que con su frescura, espontaneidad y carácter abierto le imprimió un sello muy particular a la Casa Blanca–, la posesión de este populista puede interpretarse como una aspersión de ‘agente naranja’ no solo sobre la política estadounidense, sino sobre toda la humanidad entera, que no sabrá a qué atenerse a partir del próximo viernes.
Si el 20 de enero de 2009, con el juramento de Barack Obama se inauguraba una época de esperanza, con su reemplazo pasa todo lo contrario y el paisaje se llena de nubarrones que no sabemos cuántas tormentas van a provocar. A juzgar por las sandeces que ha dicho desde su victoria, Trump va a ser un mandatario atípico, en la peor de sus acepciones, lo cual tiene con los pelos de punta no solo a los americanos, sino a todos los ciudadanos del mundo.
Pero si por Estados Unidos llueve, por acá la tormenta no es menor. Y no lo digo solo por la reforma tributaria, que apenas estamos empezando a digerir y que es como el aceite ricino: que a pesar de que tenía un sabor horrible, siempre nos decían que era muy saludable. Esperemos que sea cierto, aunque no me hago tantas ilusiones.
Las noticias de corrupción, tras las capturas de los implicados con el caso Odebrecht, no son más que la confirmación de que vivimos en medio de una atmósfera pestilente a cuyo mal olor ya parecemos acostumbrados.
Aunque en la posesión del nuevo procurador general, Fernando Carrillo, el Presidente volvió a insistir en la guerra contra la corrupción, lo cierto del caso es que todo se puede quedar en palabras. A pesar de los buenos propósitos del fiscal, Néstor Humberto Martínez, y del contralor, Edgardo Maya, todo va a seguir igual mientras no cambie la mentalidad de los colombianos frente a la trampa y la permisividad ciudadana frente a ciertos delitos.
Para nuestra desgracia, todavía está muy arraigado ese mito de que los únicos corruptos son los políticos o los empleados del Estado. Nada más ajeno a la realidad. De hecho, la corrupción empieza desde esas casas en las cuales los muchachos bajan música pirata o software sin licencia. O cuando los papás compran películas ilegales en las calles. O cuando el señor de la casa paga un soborno para evitar un comparendo. Y la lista podría continuar, porque es precisamente en esos pequeños actos cotidianos en los cuales la corrupción empieza a verse como algo natural, “inherente al ser humano”.
Ojalá que las autoridades vayan a la raíz del mencionado caso Odebrecht, para que, caiga quien caiga, las cosas no se queden en la misma superficialidad de escándalos como los de las chuzadas, los Nule o Interbolsa, en los cuales aún hay muchos incriminados que siguen pasando de agache.
Y en Bogotá las noticias tampoco son halagüeñas. El balance del primer año de Enrique Peñalosa en la Alcaldía es decepcionante y 2017 no lo pudo inaugurar peor, así algunos traten de exhibirlo como el salvador de la ciudad. Dios nos libre de los mesías criollos.
Sin embargo, así como no respaldé la revocatoria de Gustavo Petro tampoco estoy de acuerdo en este caso. Me parece un mecanismo desgastante que no conduce a nada. Lo que toca es aprender a votar.
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Colofón. El regreso de las corridas de toros a Bogotá no es culpa del Alcalde, pero es una verdadera calamidad. ¡Pobres animalitos!
@Vladdo