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Periplo de F. Cabrera empezó en Medellín

En octubre del 2016 murió Fausto Cabrera, uno de los pioneros de la televisión colombiana.

El señor Alzheimer me permite recordar a Fausto Cabrera entre gallos y medianoche.
Por alguna pilatuna de mi memoria de niño lo ubico al lado de pioneros como Gloria Valencia de Castaño, Bernardo Romero Pereiro, VÍctor Mallarino, Alejandro Michel Talento, el tío Alejandro, en los inicios de la televisión en tiempos del general Rojas Pinilla, con quien Cabrera jugaba ajedrez.
Las imágenes me atropellaron a raíz de su fallecimiento en octubre del año pasado, siete días después de cumplir 92 años. Como dirigió el único programa de televisión sobre ajedrez que recuerde, digamos que no murió, enrocó largo.
El general Rojas había inaugurado la televisión el 13 de junio de 1954, un año después del golpe.
El bogotano Fernando Gómez Agudelo fue el encargado de montar la infraestuctura de la televisión. Antes había sacado de la postración a la Radio Nacional. Desde los inicios, Cabrera se hizo presente con sus montajes de teatro español.
Lo contó en una amplia crónica Teresa Morales de Gómez, esposa de Gómez Agudelo: “Sin problemas financieros por el momento, se logró una programación maravillosa. Teníamos un teleteatro que ofrecía versiones de la mejor literatura y la escena del mundo. Vimos obras de Ibsen, Arthur Miller y García Lorca. Teatro de Shakespeare y de Bernard Shaw y, por supuesto, teatro español, que corría por cuenta de Fausto Cabrera”.
Nacionalizado paisa
Conocí al maestro Fausto en la Casa de Antioquia, en el barrio La Merced, en Bogotá. Esa noche declamó poemas de León de Greiff, ajedrecista de media petaca quien miente deliciosamente en uno de sus versos: Jugué con Philidor a los escaques; en escaques soy ducho, y en las damas un hacha.
La última vez que Cabrera visitó la casa que arropa a la diáspora paisa en Bogotá, cuatro meses antes de su fallecimiento, no hubo declamaciones. Lo tenían por paisa de toda la cayana.
Cualquier día le comentó al exmagistrado, historiador y ajedrecista Javier Henao Hidrón, su amigo: “Yo me nacionalicé en Antioquia y, por extensión, en Colombia”.
Si uno también es de donde trabaja, se casa y tiene sus hijos, el maestro Fausto era de Medellín.
Había llegado a Colombia en 1945, procedente de Islas Canarias, en compañía de sus padres. Tenía 21 años y expectativas a granel. Huía de Franco y sus poco amables secuaces.
En Medellín, Cabrera se matrimonió con Luz Helena Cárdenas Arango, “de cuya unión” hubo dos hijos: Sergio Fausto, el director de cine, y Marianella.
El español Fausto, declamador, destacado actor y director de teatro y televisión, enamoró a su mujer cuando ella vivía en su casa de la avenida La Playa.
“Desde que tengo memoria todos los sábados y domingos íbamos al teatro a ver los ensayos y después a un restaurante. Nací en Medellín, pero cuando tenía cinco años mis papás se trasladaron a Bogotá porque había más trabajo en televisión en la capital que en las regiones. Él hacía teleteatro y yo actuaba de vez en cuando. Entonces me parecía lo más normal del mundo que mi futuro fuera en teatro o televisión”, declaró Sergio Cabrera a la revista Bienestar, de Sanitas.
Instalado en Medellín, Cabrera se vinculó a la actividad cultural de vanguardia. Hizo parte de grupos que animaban Manuel Mejía Vallejo, Luis Martel, Óscar Hernández, único sobreviviente, el poeta Gonzalo Arango y el librero mayor, Alberto Aguirre.
En el prólogo del libro Cartas a Aguirre 1953-1065, Gonzalo Arango, (Editorial Eafit) cuenta el librero, fotógrafo, abogado, columnista, editor:
“Aún adolescente, había tenido que salir de su país, España, en ese éxodo cruel hacia Francia, de la República vencida por el franquismo a través de los Pirineos congelados. Con su familia, halló refugio en República Dominicana. Poco después marchó, solo, a Venezuela y, luego, a Colombia. Ya se había forjado una profesión: era declamador y actor de teatro. En Medellín se casó con Luz Elena Cárdenas. Tenía un programa de poesía por ‘La voz de Antioquia’, Armonía y ensueño, que pasaba diariamente a las cinco de la tarde. Y manejaba una fábrica casera de pastas, de propiedad de su suegro, don Eduardo Cárdenas. En una desvencijada furgoneta, Gonzalo (Arango) y yo acompañábamos a Fausto a las tiendas de los barrios, a entregar tallarines y a pasar facturas”.
La narración de Aguirre continúa: “Nos reuníamos en la casa de Fausto, en El Poblado, hablábamos, comíamos, nos reíamos. Luz Elena era huésped generosa, parecía que formáramos parte de la familia. Recién nacidos conocimos a sus hijos: Sergio y Marianela. Conseguimos una grabadora de cinta, que parecía un baúl. Gonzalo la bautizó ‘La voz de los dioses’, y era el asombro y la alegría de oir después la propia voz, reproducida. Fausto recitaba, yo recitaba, Fausto me corregía y me enseñaba, Vidalito (apodo de Gonzalo por el nombre del protagonista de una novela que estaba escribiendo) lía trozos de su novela, grabábamos diálogos, improvisábamos discursos en chacota. La amistad era una fiesta”.
Archivo particular y ETCE
La diáspora
Pero la tribu Cabrera Cárdenas no nació para eternizarse en la Bella Villa.
Los Cabrera Cárdenas volaron temprano en busca del sueño bogotano. Con el tiempo y un palito Sergio recibiría la Orden del Zurriago, reservada a los cerebros antioqueños fugados. Su padre Fausto asistió al acto, en primera fila.
El cineasta tiene siete años en una foto en la que aparece enseñando a jugar ajedrez a los niños en un programa de televisión.
La idea del programa fue del general Rojas Pinilla, entonces presidente, y aficionado al juego de los 64 escaques.
Las presentaciones de Sergio Cabrera en ese programa fueron sus primeros pinitos en el mundo audiovisual en el que lo introdujo su padre quien después sería su dirigido en numerosas películas, incluida la más famosa: La estrategia del caracol “que es el resultado de mi vida… es la revolución que no pude hacer en la realidad, esa que hacen los inquilinos de la casa”, según Sergio.
La vocación cinematográfica se le acentuó cuando sus padres se fueron a vivir a Pekín con sus dos hijos.
De China dice Sergio que es “un país muy extraño y diferente, y a mi papá lo contrataban para hacer doblajes al español para películas cubanas, que era el único país que tenía relaciones con China en ese entonces. Un día mi padre tenía que doblar una película infantil y me puso a mí a doblar la voz”.
Estas experiencias al lado de su padre lo fueron reafirmando en su vocación de cineasta.
En Pekín, Sergio iba a ver las mismas películas a la embajada de Francia, antes y después de la revolución cultural. Una de ellas, Ascensor al cadalso, de Louis Malle, que vio una docena de veces, está en el adn de su destino.
En la capital china, papá Fausto era profesor de español; también trabajó como locutor de documentales y director del departamento de doblaje del instituto de cine de Pekín.
Su sabático en China llevó a Sergio a servir como guardia rojo donde adquirió el sarampión revolucionario que lo llevó a desempeñar papeles secundarios como guerrillero del Epl. No nació para ser el primero de la película para echar plomo.
Archivo particular y ETCE.
 Ajedrez con el general
El programa ajedrecístico de televisión en tiempos de Rojas lo presentaba el taita de Sergio bajo la responsabilidad del maestro gaucho Pedro Martín quien fue tercer tablero del equipo de Colombia en la olimpíada de ajedrez en Moscú en 1956 junto con Miguel Cuéllar, Luis Augusto Sánchez, delgado como los cigarrillos que fumaba, y Guillermo Restrepo.
Cabrera y Martín eran invitados frecuentes a la finca del general a jugar ajedrez. “Ellos, asustados, aceptaban la invitación”, recuerda Sergio. Los llevaban y traían en helicóptero.
Por instrucciones del general, Martín solía comentar al final las partidas que jugaba contra Cabrera.
Según el maestro Emilio A. Caro G., otro invitado a jugar contra Rojas, era su paisano boyacense, Cuéllar Gacharná, entonces en el churubito en el mundo blanco y negro.
Los rivales seguramente se dejaban ganar como había sucedido en el pasado con el Libertador.
Bolívar también jugaba ajedrez. Lo cuenta el nobel García Márquez en su novela El general en su laberinto.
El ajedrez fue la primera gran victoria literaria del Nobel como lo recuerda en su autobiografía: “El Belga ya no volverá a jugar ajedrez… “, le dijo a su abuelo la última vez que jugaron una partida. "
“Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario”, escribió Gabo en Vivir para contarla.
Otro amancebado con el poder, el expresidente Belisario Betancur, también movía las piezas. Con más ganas que talento, la verdad sea dicha.
En el prólogo del libro Jaque al olvido, del maestro Boris de Greiff, BB habla de veladas de ajedrez en las que participaba María Cano, ‘la Flor del trabajo’. La jornada terminaba en casa de Eddy Torres, subdirector de Semana. Belisario, jefe de redacción, dormía en el sofá de la casa.
Ni siquiera Boris conservó las partidas del general Rojas contra Fausto Cabrera. Piadosa forma de notificar que jugaban para el anonimato. Pero le debemos al general y al español venido de Canarias que recuerde, el único programa de televisión en el que el actor principal era el ajedrez.
Como estas líneas pretenden rendirle agradecido homenaje de los aficionados al ajedrez, que la diosa Caissa tenga al maestro Fausto Cabrera a su diestra mano.
Oscar Domínguez
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN
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